viernes, 29 de mayo de 2015

Anastasia. De la niña que soñaba con ser una mujer infeliz.




Querida Anastasia, disculpa de antemano la elección de un título tan peculiar para responder a tus pasadas líneas, pero considero que tu extraño vivir no es único en este mundo tan grande, podríamos ayudar a alguien que lo necesitara, apartando, claro, lo mucho que me encanta hacer de una historia personal un cuento público, no solo porque en él libero mi pensar, sino por la cantidad de ojos morbosos que leen estas líneas para buscar fundamentos que les permitan levantar un juicio valorativo o criticar lo que creen saber de mí. ¡Pobres almas!

No sé cuántas veces leí con preocupación tu carta donde relatabas con absoluta naturalidad lo que hoy acontecía en tu fantástica vida, a decir verdad tenía mucho tiempo sin saber de ti. Cuánto has cambiado desde aquella vez cuando soñabas con ser veterinaria. Cuánto has cambiado desde aquella vez que moldearon tus gustos para ser abogada, sin duda la vida da muchas vueltas (yo soy un enorme ejemplo de ello), pero nunca imaginé que cambiara tanto tu manera de concebir el mundo y eso que llamamos felicidad.


Cuando eras niña soñabas con ayudar a las demás personas de alguna manera, luego pensaste que siendo este mundo tan convulsionado y cruel lo esencial era ser alguien importante y poderoso, uno de estos pintorescos personajes a los que la sociedad teme y admira. Hoy te encuentro tan confundida y perdida que hasta muestras plena seguridad sobre tu extraña manera de llevar la vida, consideras ofensivo que alguien se atreva a levantar una crítica o proponer un consejo, pues quién no ha levantado el famoso estandarte de «Es mi vida y hago con ella lo que quiera», por lo que considero vital, para que continúes leyendo, que entiendas que aunque eres libre de hacer cuanto consideres justo, no puedes evitar que tus decisiones afecten de algún modo a los que se relacionan contigo, no me culpes de esto, culpa a quien un día te soñó y pensando en su semejanza hizo de tu amorfa estructura una maravillosa obra de arte que se realiza en comunidad, que es relacional por naturaleza, que solo puede verse a sí misma en los ojos de otro.

Hoy en día te resulta tan natural contar cómo fue que te convertiste en una experta en los juegos del amar, astuta y sagaz para obtener lo que quieres, peor aún, completamente convencida de saber perfectamente que es «eso que quieres». En tu inigualable poder habrías hurtado el amor de un chico que ya tenía a quien amar, convenciendo su desgraciada mente de que tú eras mejor opción que su actual relación para aquel entonces; a fin de cuentas, ¿quién pudiera igualarte? Pero pasó que con el correr de los días quien hurtó tomó el puesto de quien fue hurtado, y quien mintió tomó el puesto de quien fue engañado; ¿no te parece fantástico esto?, ¿no consideras que la vida siempre te encara con tus propias decisiones? Tú ahora eres como ella, esa afortunada a quien le fue arrebatado lo que un día tuvo, te has cansado de ése con quien compartes la habitación, porque lejos de lo extraordinario de algunos actos, es tan monótono como cualquiera de esos hombres que condenan a sus esposas a la felicidad de apariencia. Él ahora es como ella, creyendo que la monotonía se supera fingiendo demencia, es engañado cada vez que se presenta una oportunidad de tu parte.

Admito que una parte de mí siente curiosidad en conocer la actual vida de aquella chica a quien lograste superar, ¿crees que también forme parte de este juego vicioso de amores a conveniencia? Ahora bien, resulta tan llamativo ver que quien ocupa el lugar de tu pareja en su ausencia es también casado, que no puedo evitar pensar en el futuro de todo esto, cuando todo se revele, cuando en el caminar de la vida quién engañó descubra que es engañado y que toda capacidad racional dada por amor a los seres humanos fue superada por las pasiones desordenas que claman autonomía ante la trascendencia.

Querida Anastasia, sigo viendo en tu pasada carta que sigues siendo aquella niña que un día conocí y la sociedad cambió, aunque te escondes detrás del vestido de esa súper mujer que formaste para los ojos de los demás, aun puedo ver a la niña que sueña con el amor, que se ve reconocida y feliz, que mira hacia un mañana con los ojos cargados de maravillosas aventuras que acaban con un «y vivieron felices para siempre». Me pregunto ¿qué será eso que nos impulsa como humanos a tomar las decisiones que sabemos no nos harán felices? porque sigue existiendo hoy en día (incluso con mayor fuerza), tal cantidad de personas que sueñan con un feliz mañana pero tienen por filosofía vivir solo el sensitivo presente, ¿será que los estudiosos se equivocaron cuando afirmaron que los humanos somos seres proyectivos?, o sea, que pensamos, lo queramos o no, en lo que vendrá y no solo en lo que acontece ahora.

«La vida es una sola y hay que disfrutarla al máximo», esta es la frase de tu corriente filosófica que, aunque no lo creas, no es nueva en el mundo, pero después de escuchar tantas historias he llegado a pensar que solo la dicen los niños que ya no quieren sentirse niños, es como un escape a la responsabilidad de sus actos en el mundo, una estupenda liberación de tener que responder al porqué con el paso de los años su presencia en la tierra es tan insignificante como la de cualquier insecto.
              
            Vivir el presente es similar a caminar en la playa con los brazos extendidos y percibir al mundo como parte de tu cuerpo, una increíble experiencia que nos hace sentirnos vivos como los coautores de la creación, pero esto solo es posible si tomamos en cuenta que no estamos solos en este caminar, que nuestro breve paso por esa playa dejará huellas que otras personas mirarán y se preguntarán por el autor de las mismas. He comprendido que muchas desdichas de algunos hombres y mujeres se deben a que siguen siendo niños en su manera de ver al mundo, siguen pensando que todos los juguetes del mundo deben ser para ellos, son egoístas y pasan sus vidas utilizando a personas para que llenen sus rincones vacíos, deben obtener lo que, según ellos, necesitan para ser felices, como sea, sin importar lo que cueste.

Más tarde o temprano el día en la playa fenece y toca mirar atrás y ver nuestras huellas en la arena, estas personas se encuentran con la terrible sensación de infelicidad y soledad, pues nada de lo que poseen los satisfacen; ¿la razón?, la felicidad se obtiene dando, no pidiendo. Se obtiene pensando en los otros para que en el reflejo de sus ojos podamos vernos a nosotros mismos. No te resulta bello, mi querida Anastasia, lo que logra un joven matrimonio cuando tienen a su primer hijo por amor; uno solo no puede amar porque sería un narciso, donde hay dos existe el amor, pero no puede ser pleno puesto que entre ambos se cierran y se tornan egoístas (en muchos casos posesivos), pero cuando nace el bebé, ese tercero, producto de que ambos han mirado más allá de sí mismos, su felicidad da un giro de 180° y ya dejan de pensar en sí mismos para pensar en el otro y encuentran la felicidad que antes no podían ver de un modo mucho más puro y pleno. Que curiosas las analogías que nos permiten acceder a un Dios amor, a un Dios cercano que camina a nuestro lado y nos aguarda al anochecer en esta playa maravillosa que es la vida.

Muchos son los niños que sueñan con ser adultos infelices, muchos son los adultos que niegan ser niños, muchos son quienes caminan por la playa sin dejar huellas pues las olas las arrebatan de inmediato. ¿Eres tú, Anastasia, una niña que sueña con ser una mujer infeliz?

P.D.: Toda historia por turbia que parezca puede terminar con un final feliz (de esto estoy seguro) pero eso dependerá del momento en que entendemos que debemos cambiar las líneas presentes.