«Querida
nieta, espero mi pasada carta haya servido de preámbulo a mi pensar, aunque
sonara confuso. He pedido por favor me permitan retirarme a mi casa a esperar a
mi cruel enemiga, pues siento que solo ocupo un lugar a quien sí pudiera
necesitarlo para vivir. Pero mientras pensaba en ello comprendí que siendo la
muerte lo único seguro que tienen los vivos de este mundo, es un error
considerarle una enemiga, pues a fin de cuentas siempre ganará la apuesta.
Espero
que mis cartas te sirvan para que dentro de muchos años, puedas recibirla como
una amiga, en paz, en calma y confiada en que te llevará a un lugar mejor, y no
tengas en la soledad de tu agonía la nada y la duda como fieles acompañantes.
Cuando
era joven recuerdo deseaba mi libertad más que nada, si existía algo que no
soportaba era ver a mis compañeros “disfrutar de la vida” mientras la mía
estaba llena de trabajo y duros consejos. Mis deseos se centraban en alcanzar
el reconocimiento de mis semejantes, sentirme importante, valioso, respetado y
atractivo al sexo opuesto. La comunicación en casa no era muy fluida, peleaba a
cada instante con mi hermano y me alejaba de mis padres a quienes consideraba
severos y estrictos, incapaces de comprender como me sentía hacia ellos;
anhelaba irme de aquel lugar y vivir solo, soñaba en lo que tendría y como
viviría, pero la situación de la casa y la exigencias de tu bisabuelo me obligaban
al arduo trabajo en todo tipo de labores; por lo que frustrado, al hacerme
hombre y envejecer mis padres, los amigos se convirtieron en medidas de
escapes, los conocía mejor que a mi familia, pasaba más tiempo valioso con
ellos que con los viejos, me preocupaba por disfrutar al máximo cada parranda a
la que asistiera demostrando qué tanto podía beber y lo bueno que era para
contar malos chistes.
No
estudié más allá del bachillerato por obligación de mi padre, pero mi
universidad fue la experiencia del arduo trabajo que me hizo hombre entre
golpes y cargas. Intentaba y muchas veces con éxito, enamorar a la mayor
cantidad de mujeres posibles, supongo que temía a la soledad, sentirme niño
nuevamente. Entre tantas mujeres una llamó mi atención más que ninguna, tu
abuela Ana. De ella me sentí enamorado y cautivado, tuvimos 5 hijos, entre
ellos tu madre; pero con el tiempo el enamoramiento murió y sin entender que
debía amarla continué enamorando otras mujeres, buscando placer, escondiéndome en
el trabajo. Ahora entiendo que Dios siempre nos coloca las oportunidades para
ser felices y somos nosotros quienes las dejamos pasar por egoísmo, tu abuela
era una gran mujer, demasiado grande para este viejo egoísta.
Creía
que mi deber era simplemente aportar dinero y el de ella estar en casa y
soportarme. La utilicé para llenarme yo, sin pensar en ella. Las mujeres muchas
veces tienen que cuidar a sus parejas como si fueran sus hijos, este mal ha ido
de generación en generación, convirtiendo muchas veces a la mujer en una amante
incestuosa. Le mentí y falté a su amor innumerables veces, pero ella aguantaba
y soportaba todo aquello por los niños, incluso por mí. Nunca gritó, nunca
levantó la voz, solo lloraba y guardaba silencio. Aguantó insultos, infidelidades,
malos tratos, descortesías, borracheras y el peso de mi mano en una ocasión. No
obstante soportó mi partida por otra mujer y luchó sola por sacar a tu madre y
tus tíos adelante más allá de mi crueldad e ignorancia.
Mientras
escribo esto después de tantos años no puedo evitar llorar por mis errores, Ana
fue la mujer más grande que conocí a lo largo de mi vida. Pero arrepentirse hoy
en día es inútil, no podemos echar atrás ni uno solo de nuestros días, no
podemos volver al pasado y evitar que sucedan los errores que nos entregan los
sufrimientos del presente. Así como el hombre pensaba solo en la guerra para
resolver sus conflictos en la época medieval y hoy en día producto de ellas
intenta resolver sus diferencias primeramente con diplomacia, todos los seres
humanos somos capaces de evolucionar en el amor, siempre que nosotros mismos
así lo permitamos. No es justo juzgar la historia en los ojos del presente,
pues cada cultura hoy en día es el resultado de sus errores y barbarie, lo que algún
hombre sabio llamaría en su momento: su “Estado de Naturaleza”, por lo que te
imploro no me juzgues con tus ojos sino con el corazón, él podrá ver a un ser
humano arrepentido, deseando en su último respiro enmendar en algo lo hecho.
Mírame
más allá de las aparentes líneas, encuéntrame, consérvame y entiende que mi
único deseo es tu felicidad, no deseo que cometas mis mismos errores. No quiero
que crezcas sin poder reconocer la belleza de los momentos, sin saber
equilibrar el trabajo con los momentos valiosos en familia, nunca dejes la
realidad por vivir de sueños, valora las personas que te aman y te entregan confiadamente
su corazón, no les faltes a su entrega, procura bien aprender de ellos y
enseñarles lo que ya sabes sobre el amor.
Cuantas
noches me quejé de lo infeliz que era mi vida porque esta no caminaba según mis
deseos, cuantos bellos momentos perdí por cosas banales de las cuales ya no
queda más que sus vagos recuerdos. Lo maravilloso de la vida está en vivirla,
Valentina, no te apresures en obligar al tiempo ni a cambiar tus espacios de
felicidad por espacios cosificados de grandeza egocéntrica.
Espero
la muerte me permita volver a escribirte antes de decir su última palabra, debo
advertirte de ciertas cosas que vendrán para que puedas afrontarlas con el
corazón, para que aun equivocándote en ellas, encuentres su sentido y puedas enseñárselo
a tus hijos con orgullo.
Dios
existe, Dios está, Dios escucha, Dios habla, Dios observa. No quiero que por
nada del mundo descubras estas verdades al momento de tu muerte como yo».
Quien te ama, tu abuelo…