jueves, 9 de enero de 2014

DESDE LAS SOMBRAS. AUGUSTO ROBLES (Carta II)



«Querida nieta, espero mi pasada carta haya servido de preámbulo a mi pensar, aunque sonara confuso. He pedido por favor me permitan retirarme a mi casa a esperar a mi cruel enemiga, pues siento que solo ocupo un lugar a quien sí pudiera necesitarlo para vivir. Pero mientras pensaba en ello comprendí que siendo la muerte lo único seguro que tienen los vivos de este mundo, es un error considerarle una enemiga, pues a fin de cuentas siempre ganará la apuesta.

Espero que mis cartas te sirvan para que dentro de muchos años, puedas recibirla como una amiga, en paz, en calma y confiada en que te llevará a un lugar mejor, y no tengas en la soledad de tu agonía la nada y la duda como fieles acompañantes.

Cuando era joven recuerdo deseaba mi libertad más que nada, si existía algo que no soportaba era ver a mis compañeros “disfrutar de la vida” mientras la mía estaba llena de trabajo y duros consejos. Mis deseos se centraban en alcanzar el reconocimiento de mis semejantes, sentirme importante, valioso, respetado y atractivo al sexo opuesto. La comunicación en casa no era muy fluida, peleaba a cada instante con mi hermano y me alejaba de mis padres a quienes consideraba severos y estrictos, incapaces de comprender como me sentía hacia ellos; anhelaba irme de aquel lugar y vivir solo, soñaba en lo que tendría y como viviría, pero la situación de la casa y la exigencias de tu bisabuelo me obligaban al arduo trabajo en todo tipo de labores; por lo que frustrado, al hacerme hombre y envejecer mis padres, los amigos se convirtieron en medidas de escapes, los conocía mejor que a mi familia, pasaba más tiempo valioso con ellos que con los viejos, me preocupaba por disfrutar al máximo cada parranda a la que asistiera demostrando qué tanto podía beber y lo bueno que era para contar malos chistes.

No estudié más allá del bachillerato por obligación de mi padre, pero mi universidad fue la experiencia del arduo trabajo que me hizo hombre entre golpes y cargas. Intentaba y muchas veces con éxito, enamorar a la mayor cantidad de mujeres posibles, supongo que temía a la soledad, sentirme niño nuevamente. Entre tantas mujeres una llamó mi atención más que ninguna, tu abuela Ana. De ella me sentí enamorado y cautivado, tuvimos 5 hijos, entre ellos tu madre; pero con el tiempo el enamoramiento murió y sin entender que debía amarla continué enamorando otras mujeres, buscando placer, escondiéndome en el trabajo. Ahora entiendo que Dios siempre nos coloca las oportunidades para ser felices y somos nosotros quienes las dejamos pasar por egoísmo, tu abuela era una gran mujer, demasiado grande para este viejo egoísta. 

Creía que mi deber era simplemente aportar dinero y el de ella estar en casa y soportarme. La utilicé para llenarme yo, sin pensar en ella. Las mujeres muchas veces tienen que cuidar a sus parejas como si fueran sus hijos, este mal ha ido de generación en generación, convirtiendo muchas veces a la mujer en una amante incestuosa. Le mentí y falté a su amor innumerables veces, pero ella aguantaba y soportaba todo aquello por los niños, incluso por mí. Nunca gritó, nunca levantó la voz, solo lloraba y guardaba silencio. Aguantó insultos, infidelidades, malos tratos, descortesías, borracheras y el peso de mi mano en una ocasión. No obstante soportó mi partida por otra mujer y luchó sola por sacar a tu madre y tus tíos adelante más allá de mi crueldad e ignorancia.  

Mientras escribo esto después de tantos años no puedo evitar llorar por mis errores, Ana fue la mujer más grande que conocí a lo largo de mi vida. Pero arrepentirse hoy en día es inútil, no podemos echar atrás ni uno solo de nuestros días, no podemos volver al pasado y evitar que sucedan los errores que nos entregan los sufrimientos del presente. Así como el hombre pensaba solo en la guerra para resolver sus conflictos en la época medieval y hoy en día producto de ellas intenta resolver sus diferencias primeramente con diplomacia, todos los seres humanos somos capaces de evolucionar en el amor, siempre que nosotros mismos así lo permitamos. No es justo juzgar la historia en los ojos del presente, pues cada cultura hoy en día es el resultado de sus errores y barbarie, lo que algún hombre sabio llamaría en su momento: su “Estado de Naturaleza”, por lo que te imploro no me juzgues con tus ojos sino con el corazón, él podrá ver a un ser humano arrepentido, deseando en su último respiro enmendar en algo lo hecho.

Mírame más allá de las aparentes líneas, encuéntrame, consérvame y entiende que mi único deseo es tu felicidad, no deseo que cometas mis mismos errores. No quiero que crezcas sin poder reconocer la belleza de los momentos, sin saber equilibrar el trabajo con los momentos valiosos en familia, nunca dejes la realidad por vivir de sueños, valora las personas que te aman y te entregan confiadamente su corazón, no les faltes a su entrega, procura bien aprender de ellos y enseñarles lo que ya sabes sobre el amor. 

Cuantas noches me quejé de lo infeliz que era mi vida porque esta no caminaba según mis deseos, cuantos bellos momentos perdí por cosas banales de las cuales ya no queda más que sus vagos recuerdos. Lo maravilloso de la vida está en vivirla, Valentina, no te apresures en obligar al tiempo ni a cambiar tus espacios de felicidad por espacios cosificados de grandeza egocéntrica.

Espero la muerte me permita volver a escribirte antes de decir su última palabra, debo advertirte de ciertas cosas que vendrán para que puedas afrontarlas con el corazón, para que aun equivocándote en ellas, encuentres su sentido y puedas enseñárselo a tus hijos con orgullo. 

Dios existe, Dios está, Dios escucha, Dios habla, Dios observa. No quiero que por nada del mundo descubras estas verdades al momento de tu muerte como yo».

Quien te ama, tu abuelo…

martes, 7 de enero de 2014

DESDE LAS SOMBRAS. Augusto Robles (Carta I)



En base a lo acontecido en los últimos tiempos he decidido liberar unas memorias con las que me topé días atrás ocultas en un viejo archivo de mi mente. No puedo precisar con absoluta certeza a que tiempo pertenecen, pero cuando las recibí las guardé con enorme afecto por lo curioso de su contenido. Al no ser yo quien las escribió sino un inquilino de mi castillo, citaré textualmente aquellas peculiares líneas, para respetar el pensamiento de su autor:

…«Hola, Valentina. Si lees estás líneas es porque ya no me encuentro a tu lado y tienes edad suficiente según la consideración de tus padres para tratar temas como los que deseo exponer en consecutivo. Quizás te parezca raro recibir de tu madre las cartas de un desconocido, pero según quienes saben, tus genes me conocen. Mi nombre es Augusto Robles, progenitor de tu progenitora, ese que debiste llamar desde niña, ABUELO.

No quiero que te asustes por lo que acabas de leer, nunca se ha conocido de un alma que envíe una carta desde el más allá, tales líneas las escribo en tu primera semana de haber venido a este incomprensible y extraño mundo, pues, según los infórmenes médicos no tendré oportunidad de verte crecer ni de compartir contigo momento alguno más que la fría referencia sobre ti que por lastima me regala tu maravillosa madre por estos días. Tu vida comenzó hace una semana y la mía se agota apresuradamente desde anoche a una irónica semana. Si, pequeña, me queda muy poco de vida producto de una oportuna y silenciosa enfermedad; y permíteme la osadía de referirte con un pseudónimo afectivo, pero después de todo y de tanto, sigues siendo mi nieta; aun cuando la muerte revise mi ortografía mientras te escribo.

.           Todos los que por este mundo andamos sabemos que más tarde o temprano la muerte llegará a nosotros. Para algunos tristemente llega muy pronto, incluso antes de poder nacer; para otros llega de forma violenta y repentina, y para algunos como yo, llega dando un pequeño período de cruel espera para reflexionar y hacer con él lo que mejor nos convenga. Por mi parte he decido reflexionar sobre mi vida y dejar un pedazo de mi alma atorado en estas letras para que mañana no cometas los mismos errores de los cuales ahora me arrepiento, ¿no es acaso la función de un abuelo, enseñarle lo maravilloso de la vida a sus hijos y nietos?, yo fallé con los primeros, déjame tener esta oportunidad contigo que eres la única entre los segundos que me regala tal posibilidad.

Ahora entiendo verdaderamente lo corta que es la vida, menos que un abrir y cerrar de ojos en la eternidad y tan única y distinta como nuestras huellas. Pero me tardó muchos años, terribles dolores y este angustiante temor de un fin eminente entenderlo. Entiendo que verdaderamente lo que nos asusta es la nada, esa incapacidad de seres finitos de no poder abarcarlo todo sino una minúscula parte de la existencia, el no saber lo que hay debajo de la cama, lo que produjo determinado ruido o movimiento, lo que nos espera si nos decidimos por una u otra opción, lo que vendrá después que el alma exhale el último aliento y tu reacción al leer esto. Esa nada a la que estamos condenados, esa es la causa de los miedos y de las más crueles angustias mientras se platica una vida con la muerte. 

Quien te escribe tiene miedo ante lo inminente y ya al fin ha entendido lo humano que es este poderoso sentimiento del cual se avergonzó y negó por tantos años. Cuantas cosas me gustaría cambiar ahora que la verdad se me revela tan clara y distinta que me llena de frustración saber que siempre la tuve tan cerca y nunca la valoré ni descubrí en los detalles simples que la vida nos regala a diario. Mi pequeña y desconocida Valentina, tu corta edad me salva de las duras y frías miradas de lástima que me arrojan todos cuantos me ven postrado en esta cama, saturado de medicamentos que disminuyen los dolores del cuerpo pero son estériles ante los del alma que son mucho más crueles. 

Deseo de corazón tu madre haya podido perdonarme verdaderamente por mis errores y lo que te contara de mí haya sido suficiente para que aceptes con amor las cartas de tu abuelo. Qué curioso resulta el que nunca disfruté la llegada de ninguno de mis hijos ni su infancia por trabajar tan incansablemente para jugar a ser hombre recio, tampoco valoré el amor, la confianza y compañía de las mujeres que me ofrecieron su corazón y ahora, a pocos días de conocer el Hades es lo que más anhelo; cambiaría sin pensarlo tantas fiestas y placeres de la carne por poder tener a alguien que se quede a mi lado por las noches en este frío hospital. Cuan dura es la soledad que puede sentir un hombre cuando sus días fenecen en las sombras y en el tiempo.

Espero puedas leer las otras cartas que las fuerzas desgastadas de mis manos me permitan escribirte y te sirvan para ver la vida como un regalo maravilloso, como una siempre nueva oportunidad, y en ella, poder encontrar incluso desde las sombras más amargas, ese rayo de luz que llena de sentido y significado todo cuanto hacemos, por lo que luchamos y por lo que somos capaces de sufrir confiadamente. Ese rayo que hoy después de tanto buscarlo entiendo que siempre estuvo a mi lado».

Quien te ama, tu abuelo…