martes, 7 de enero de 2014

DESDE LAS SOMBRAS. Augusto Robles (Carta I)



En base a lo acontecido en los últimos tiempos he decidido liberar unas memorias con las que me topé días atrás ocultas en un viejo archivo de mi mente. No puedo precisar con absoluta certeza a que tiempo pertenecen, pero cuando las recibí las guardé con enorme afecto por lo curioso de su contenido. Al no ser yo quien las escribió sino un inquilino de mi castillo, citaré textualmente aquellas peculiares líneas, para respetar el pensamiento de su autor:

…«Hola, Valentina. Si lees estás líneas es porque ya no me encuentro a tu lado y tienes edad suficiente según la consideración de tus padres para tratar temas como los que deseo exponer en consecutivo. Quizás te parezca raro recibir de tu madre las cartas de un desconocido, pero según quienes saben, tus genes me conocen. Mi nombre es Augusto Robles, progenitor de tu progenitora, ese que debiste llamar desde niña, ABUELO.

No quiero que te asustes por lo que acabas de leer, nunca se ha conocido de un alma que envíe una carta desde el más allá, tales líneas las escribo en tu primera semana de haber venido a este incomprensible y extraño mundo, pues, según los infórmenes médicos no tendré oportunidad de verte crecer ni de compartir contigo momento alguno más que la fría referencia sobre ti que por lastima me regala tu maravillosa madre por estos días. Tu vida comenzó hace una semana y la mía se agota apresuradamente desde anoche a una irónica semana. Si, pequeña, me queda muy poco de vida producto de una oportuna y silenciosa enfermedad; y permíteme la osadía de referirte con un pseudónimo afectivo, pero después de todo y de tanto, sigues siendo mi nieta; aun cuando la muerte revise mi ortografía mientras te escribo.

.           Todos los que por este mundo andamos sabemos que más tarde o temprano la muerte llegará a nosotros. Para algunos tristemente llega muy pronto, incluso antes de poder nacer; para otros llega de forma violenta y repentina, y para algunos como yo, llega dando un pequeño período de cruel espera para reflexionar y hacer con él lo que mejor nos convenga. Por mi parte he decido reflexionar sobre mi vida y dejar un pedazo de mi alma atorado en estas letras para que mañana no cometas los mismos errores de los cuales ahora me arrepiento, ¿no es acaso la función de un abuelo, enseñarle lo maravilloso de la vida a sus hijos y nietos?, yo fallé con los primeros, déjame tener esta oportunidad contigo que eres la única entre los segundos que me regala tal posibilidad.

Ahora entiendo verdaderamente lo corta que es la vida, menos que un abrir y cerrar de ojos en la eternidad y tan única y distinta como nuestras huellas. Pero me tardó muchos años, terribles dolores y este angustiante temor de un fin eminente entenderlo. Entiendo que verdaderamente lo que nos asusta es la nada, esa incapacidad de seres finitos de no poder abarcarlo todo sino una minúscula parte de la existencia, el no saber lo que hay debajo de la cama, lo que produjo determinado ruido o movimiento, lo que nos espera si nos decidimos por una u otra opción, lo que vendrá después que el alma exhale el último aliento y tu reacción al leer esto. Esa nada a la que estamos condenados, esa es la causa de los miedos y de las más crueles angustias mientras se platica una vida con la muerte. 

Quien te escribe tiene miedo ante lo inminente y ya al fin ha entendido lo humano que es este poderoso sentimiento del cual se avergonzó y negó por tantos años. Cuantas cosas me gustaría cambiar ahora que la verdad se me revela tan clara y distinta que me llena de frustración saber que siempre la tuve tan cerca y nunca la valoré ni descubrí en los detalles simples que la vida nos regala a diario. Mi pequeña y desconocida Valentina, tu corta edad me salva de las duras y frías miradas de lástima que me arrojan todos cuantos me ven postrado en esta cama, saturado de medicamentos que disminuyen los dolores del cuerpo pero son estériles ante los del alma que son mucho más crueles. 

Deseo de corazón tu madre haya podido perdonarme verdaderamente por mis errores y lo que te contara de mí haya sido suficiente para que aceptes con amor las cartas de tu abuelo. Qué curioso resulta el que nunca disfruté la llegada de ninguno de mis hijos ni su infancia por trabajar tan incansablemente para jugar a ser hombre recio, tampoco valoré el amor, la confianza y compañía de las mujeres que me ofrecieron su corazón y ahora, a pocos días de conocer el Hades es lo que más anhelo; cambiaría sin pensarlo tantas fiestas y placeres de la carne por poder tener a alguien que se quede a mi lado por las noches en este frío hospital. Cuan dura es la soledad que puede sentir un hombre cuando sus días fenecen en las sombras y en el tiempo.

Espero puedas leer las otras cartas que las fuerzas desgastadas de mis manos me permitan escribirte y te sirvan para ver la vida como un regalo maravilloso, como una siempre nueva oportunidad, y en ella, poder encontrar incluso desde las sombras más amargas, ese rayo de luz que llena de sentido y significado todo cuanto hacemos, por lo que luchamos y por lo que somos capaces de sufrir confiadamente. Ese rayo que hoy después de tanto buscarlo entiendo que siempre estuvo a mi lado».

Quien te ama, tu abuelo…

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