Querida
Verónica, después de mis pasadas cartas aclarando todo lo que tu ausencia había
dejado en mí, he considerado oportuno soltarte la mano desde esta lejana incertidumbre
que genera mi pensar. Pues ¿cómo podrías caminar si siempre te sujeto y no dejo
que lo intentes por tus propios medios?, necesitas por tus propios medios
internalizar los regalos que te ofrece la vida para ser feliz, necesitas dejar
de aparentar y comenzar a vivir. Solo poseemos una vida y es en extremo corta
como para negarnos a amar.
Desde que
te pusiste en contacto conmigo y me expusiste tu sufrir, he tenido un enorme
deseo de escribirte las pasadas cartas, intentando en la medida de lo posible
ser parte aunque sea por poco de tu padecer, de tu vivir y de tu historia, que
en parte es mía también. He deseado poder verte nuevamente y charlar contigo
como en los viejos tiempos, donde el mundo tomaba aspectos mágicos y el cielo
se pintaba de acuarela; éramos niños en aquellos días y a pesar de todo cuanto
sucedió, aun guardo gratos y bellos momentos de nuestro pasado (y siempre lo
haré), pues, ¿Qué poder sobre la faz de la tierra podría suprimir lo vivido?,
siempre serás de mi corazón un aspecto especial y de mi pensamiento su
sensibilidad. ¥
Desde hace
aproximadamente más de dos años he contraído una bella enfermedad que me roba
un poco de vida a cada instante; pues no dejo de sentir que mucho de cuanto era
ya no soy, y poco a poco me siento menos ayer y más hoy. Muchos de mis gustos y
anhelos se fueron desplazando por esta idea de alcanzar el amor, no solo en mí
ni en los demás sino aún más allá, eso a lo que consideraba vida ya no la
siento como tal y mucho de lo que antes me era vital hoy me parece efímero. Estoy
muriendo y naciendo al mismo tiempo; y en este proceso de altas y bajas a veces
siento en mi espalda el mayor de los pesos que un ser humano pueda cargar, ese
que va con la muerte de uno mismo para intentar en Dios, crecer desde nuestros
errores. No soy perfecto, pero he comenzado una batalla conmigo mismo que me ha
llevado a esta mi maravillosa muerte. Curiosamente puedo darte mi palabra que
nunca me he sentido tan vivo como ahora, y aun con los sufrimientos, juicios, críticas,
reproches y toda clase de obstáculos que supone tal muerte; jamás he sido tan
feliz. Es por esto que esta serie de cartas las he llamado POST MORTEM, pues
solo después de dar muerte a ciertas partes de mí, he podido lograr que mi alma
plasme lo que siento por ti.
Pero cabe
la pregunta ¿Quién es Verónica Mulier?, la respuesta a esto posee en sí misma
cierto grado de complejidad, tú eres una de mis dimensiones más amada, compleja
y estudiada; representas en los rincones de mis gratos momentos de soledad, a
mi propia afectividad; estás compuesta de mis propias vivencias, de mis gratos
y amargos recuerdos, pero más allá de todo ello, estas compuesta de
innumerables historias que he escuchado en mi camino de seguir a Dios. No sabes
cuantos nombres se encuentran inmersos en el tuyo, cuántas vidas y testimonios
plasmé mientras te permitía vivir atorada entre mis líneas. Eres desde una
cachifa hasta un tulipán, desde un Sol hasta un amargo dolor, eres mi lector y
eres mi crítica, eres un pedazo de mí que de forma desesperada intenta anclarse
en quien me lea, para poder dar a conocer lo que tantas conversaciones contigo
me han llevado a seguir caminando siempre a tu lado de una sana manera.
Pero aun
así, te preguntarás por qué decidí escribirte ahora y no en otro momento. Pues a
esa pregunta debo contestar que llamó mi atención en los pasados días una
historia que en forma de bella confidencialidad llegó hasta a mí, desde el
corazón de un ser amado sufriendo por amor. Fue tanto tu dolor y confusión
mientras narrabas lo que sentías, que tuve la profunda necesidad de poder
ayudarte en la medida que me fuera posible a replantear lo sucedido, pues
muchas personas al igual que tú, consideran sus sufrimientos como únicos, y no
notan que los comparten con gran parte de la humanidad. Sin duda alguna, los
casos afectivos son los más comunes. Por esto, aunque ya has sido notificada de
ello, mis cartas son para ti; para ti que sufres cuando Dios te pide que te
levantes y veas al mundo con ojos nuevos. £
Mi querida
Verónica, en mi mundo, la prudencia es vital, por ello me vi obligado a
esconder tu nombre en uno que no se le pudiera adjudicar a nadie cercano a mí,
y así librar a cualquier persona de toda responsabilidad. Pero extrañamente
noté que mientras escribía cada una de mis cartas para ti, cierto rostro que no
correspondía al tuyo se prefiguraba por encima de todos los demás. Era un
recuerdo maravilloso, vivo y esplendido de la forma en que mi corazón resume el
nombre de Verónica Mulier. Pues, ¿cómo es posible que escribiera con el corazón
sin que la mente prefigurara un destinatario acorde?, este extraño evento
sucedió con mayor intensidad en mi pasada carta, así que no pude evitar
esconder el nombre y apellido de tal antiguo y grato recuerdo en estas líneas
de la forma más creativa y compleja que me fue posible, para que solo mis ojos
puedan verlo y recordar siempre, que aunque la enfermedad que me lleva a morir
a mi vida vieja y me regala una vida nueva transforme todo lo que soy, siempre
recordaré con grato sentimiento a Verónica Mulier.
No imaginé
que logaría que otras personas se vieran reflejadas en estas cartas, lo único
que espero es que les pueda servir de algo así sea pequeño, y a ti, mi Verónica
principal, que tal obsequio te sirva para afrontar los problemas de tu vida, de
forma valiente y siempre confiando en que Dios no te abandonará jamás. Hasta el
dolor más amargo puede ser transformado por amor, y una relación por el piso se
puede recuperar si deciden amarse con el corazón. No es un camino fácil, pero la vida no lo es
en sí misma. Aun me queda muchísimo por morir pero en tal lucha me encuentro y
te encuentras.
Yo seguiré
escribiendo otras historias, a otros ocultos destinatarios. Es, mientras pueda,
mi única herramienta para decirles: “no
solo estoy con ustedes desde la oración sino desde el profundo amor que les
guardo”.
Esperando serte útil en todo momento, quien
te ama y quien te escribe. YO
P.D.: El nombre y apellido del
recuerdo que ayudó a iluminar estas cartas me pertenece, no se mortifique
intentando encontrarlo, pues hay verdades a las que solo podemos llegar si nos
son reveladas.