sábado, 16 de noviembre de 2013

POST MORTEM (De la Respuesta a la Pregunta: ¿Quién es Verónica Mulier?)



Querida Verónica, después de mis pasadas cartas aclarando todo lo que tu ausencia había dejado en mí, he considerado oportuno soltarte la mano desde esta lejana incertidumbre que genera mi pensar. Pues ¿cómo podrías caminar si siempre te sujeto y no dejo que lo intentes por tus propios medios?, necesitas por tus propios medios internalizar los regalos que te ofrece la vida para ser feliz, necesitas dejar de aparentar y comenzar a vivir. Solo poseemos una vida y es en extremo corta como para negarnos a amar. 

Desde que te pusiste en contacto conmigo y me expusiste tu sufrir, he tenido un enorme deseo de escribirte las pasadas cartas, intentando en la medida de lo posible ser parte aunque sea por poco de tu padecer, de tu vivir y de tu historia, que en parte es mía también. He deseado poder verte nuevamente y charlar contigo como en los viejos tiempos, donde el mundo tomaba aspectos mágicos y el cielo se pintaba de acuarela; éramos niños en aquellos días y a pesar de todo cuanto sucedió, aun guardo gratos y bellos momentos de nuestro pasado (y siempre lo haré), pues, ¿Qué poder sobre la faz de la tierra podría suprimir lo vivido?, siempre serás de mi corazón un aspecto especial y de mi pensamiento su sensibilidad. ¥

Desde hace aproximadamente más de dos años he contraído una bella enfermedad que me roba un poco de vida a cada instante; pues no dejo de sentir que mucho de cuanto era ya no soy, y poco a poco me siento menos ayer y más hoy. Muchos de mis gustos y anhelos se fueron desplazando por esta idea de alcanzar el amor, no solo en mí ni en los demás sino aún más allá, eso a lo que consideraba vida ya no la siento como tal y mucho de lo que antes me era vital hoy me parece efímero. Estoy muriendo y naciendo al mismo tiempo; y en este proceso de altas y bajas a veces siento en mi espalda el mayor de los pesos que un ser humano pueda cargar, ese que va con la muerte de uno mismo para intentar en Dios, crecer desde nuestros errores. No soy perfecto, pero he comenzado una batalla conmigo mismo que me ha llevado a esta mi maravillosa muerte. Curiosamente puedo darte mi palabra que nunca me he sentido tan vivo como ahora, y aun con los sufrimientos, juicios, críticas, reproches y toda clase de obstáculos que supone tal muerte; jamás he sido tan feliz. Es por esto que esta serie de cartas las he llamado POST MORTEM, pues solo después de dar muerte a ciertas partes de mí, he podido lograr que mi alma plasme lo que siento por ti. 

Pero cabe la pregunta ¿Quién es Verónica Mulier?, la respuesta a esto posee en sí misma cierto grado de complejidad, tú eres una de mis dimensiones más amada, compleja y estudiada; representas en los rincones de mis gratos momentos de soledad, a mi propia afectividad; estás compuesta de mis propias vivencias, de mis gratos y amargos recuerdos, pero más allá de todo ello, estas compuesta de innumerables historias que he escuchado en mi camino de seguir a Dios. No sabes cuantos nombres se encuentran inmersos en el tuyo, cuántas vidas y testimonios plasmé mientras te permitía vivir atorada entre mis líneas. Eres desde una cachifa hasta un tulipán, desde un Sol hasta un amargo dolor, eres mi lector y eres mi crítica, eres un pedazo de mí que de forma desesperada intenta anclarse en quien me lea, para poder dar a conocer lo que tantas conversaciones contigo me han llevado a seguir caminando siempre a tu lado de una sana manera.

Pero aun así, te preguntarás por qué decidí escribirte ahora y no en otro momento. Pues a esa pregunta debo contestar que llamó mi atención en los pasados días una historia que en forma de bella confidencialidad llegó hasta a mí, desde el corazón de un ser amado sufriendo por amor. Fue tanto tu dolor y confusión mientras narrabas lo que sentías, que tuve la profunda necesidad de poder ayudarte en la medida que me fuera posible a replantear lo sucedido, pues muchas personas al igual que tú, consideran sus sufrimientos como únicos, y no notan que los comparten con gran parte de la humanidad. Sin duda alguna, los casos afectivos son los más comunes. Por esto, aunque ya has sido notificada de ello, mis cartas son para ti; para ti que sufres cuando Dios te pide que te levantes y veas al mundo con ojos nuevos. £

Mi querida Verónica, en mi mundo, la prudencia es vital, por ello me vi obligado a esconder tu nombre en uno que no se le pudiera adjudicar a nadie cercano a mí, y así librar a cualquier persona de toda responsabilidad. Pero extrañamente noté que mientras escribía cada una de mis cartas para ti, cierto rostro que no correspondía al tuyo se prefiguraba por encima de todos los demás. Era un recuerdo maravilloso, vivo y esplendido de la forma en que mi corazón resume el nombre de Verónica Mulier. Pues, ¿cómo es posible que escribiera con el corazón sin que la mente prefigurara un destinatario acorde?, este extraño evento sucedió con mayor intensidad en mi pasada carta, así que no pude evitar esconder el nombre y apellido de tal antiguo y grato recuerdo en estas líneas de la forma más creativa y compleja que me fue posible, para que solo mis ojos puedan verlo y recordar siempre, que aunque la enfermedad que me lleva a morir a mi vida vieja y me regala una vida nueva transforme todo lo que soy, siempre recordaré con grato sentimiento a Verónica Mulier.

No imaginé que logaría que otras personas se vieran reflejadas en estas cartas, lo único que espero es que les pueda servir de algo así sea pequeño, y a ti, mi Verónica principal, que tal obsequio te sirva para afrontar los problemas de tu vida, de forma valiente y siempre confiando en que Dios no te abandonará jamás. Hasta el dolor más amargo puede ser transformado por amor, y una relación por el piso se puede recuperar si deciden amarse con el corazón.  No es un camino fácil, pero la vida no lo es en sí misma. Aun me queda muchísimo por morir pero en tal lucha me encuentro y te encuentras.

Yo seguiré escribiendo otras historias, a otros ocultos destinatarios. Es, mientras pueda, mi única herramienta para decirles: “no solo estoy con ustedes desde la oración sino desde el profundo amor que les guardo”.

Esperando serte útil en todo momento, quien te ama y quien te escribe. YO


P.D.: El nombre y apellido del recuerdo que ayudó a iluminar estas cartas me pertenece, no se mortifique intentando encontrarlo, pues hay verdades a las que solo podemos llegar si nos son reveladas.

jueves, 14 de noviembre de 2013

POST MORTEM (De la Verdad que descubrí gracias a Verónica Mulier)



Querida Verónica, me contenta saber que te han gustado mis cartas, pero he estado gravemente enfermo estos últimos días, creo que como nunca lo había estado, por ello me he ausentado de ti tanto tiempo, aunque está de más decirte que siempre de una u otra forma te llevo en mi corazón. La muerte es algo complejo y simple al mismo tiempo, por una parte sabemos que vendrá en cualquier momento y por otra entendemos que es de los conocimientos que poseemos el más difícil de asimilar, y otra aún más interesante es saber que podemos dar muerte a muchas cosas de nosotros mismos sin perder la vida. Pienso ocasionalmente en Sócrates al plantearse que nadie sabe a ciencias ciertas si es mejor estar muerto que vivo.

Recuerdas, Verónica, cuando me decías que si yo no estaba a tu lado tu vida carecería de sentido. Hoy tiene sentido y no moriste (ni yo tampoco), así que el tiempo parece sanar (aunque a veces no lo parezca) hasta las heridas más profundas si nosotros se lo permitimos. Con gran dolor muchas veces te recordé y llegó en cierto momento a mutar mi sentimiento al rencor. Pero aquí una gran verdad que me reveló mí no amar por ti, pues ¿cómo es lógico pensar que del amor al odio hay un solo paso si ambas naturalezas son absolutamente equidistantes? Quien odia a quien amó debe asumir que de verdad nunca le amó.

Ahora bien, mientras pensaba en esto no podía dejar de venir a mi mente el amargo recuerdo de tu posición al momento de separarnos; te habías vuelto en tan solo días más fría y dura de lo que habías sido mientras estuvimos juntos. Pareciera que sin importar cuanto hiciera y hablara contigo no generaba ningún cambio en tu actitud. Ya habías renunciado interiormente a intentar salvar todo aquello, y ahí justo ahí es donde se concibe la peor de las muertes. La del corazón.

Hoy en día puedo entender que debí renunciar a mi apego por ti y no forzar todo aquello a través de psicologías baratas que buscaban reenamorar lo que era propicio dejar reposar. Pero era tanto mi temor de perderte si te daba ese espacio que inconscientemente pedías con tu tan frío “YA NO TE AMO”, que por egoísmo te obligué a intentarlo cuando ya había muerto en tu corazón la posibilidad de volver a corto plazo. Cada intento te alejó más de mi mano hasta perderte por completo.

La noche me resulta tan fría cuando pienso en esos momentos, Verónica, que aun suelo sentarme a compartir una que otra plática con tu recuerdo. Pero entre todas las meditaciones con el fantasma de mi pasado he entendido como habrás notado en las cartas anteriores lo que hizo que fracasara nuestro crédulo amor, pero también se presentó ante mí un ¿Qué debí de haber hecho como pareja para no perderte?; ante todo aceptar mi realidad, éramos infelices, el enamoramiento se había extinguido y no nos amábamos; yo deseaba intentarlo pero no sabía cómo, y tú ya querías darte un tiempo lejos, pues ya no sentías nada por mí más que el aprecio que dejan los besos y los buenos momentos. Por otro lado debí dejar mi egoísmo a un lado y escucharte e intentar entender cómo te sentías tú, no debí pensar en terceros y en lo que dirían de nuestro fracaso que hace meses se presentaba como un cuento de hadas, pero principalmente debí hablarte, hablarte al corazón, donde no todos pueden escuchar. Pues ¿cuantas veces estuvimos juntos y nos sentimos solos?, ¿cuantas veces aunque caminábamos de la mano nos encontrábamos a kilómetros de distancias?, solo hubiese podido escuchar a tu corazón si lo que sentía por ti era amor y no apego idealista. Mi tan querida Verónica, cuan duro ha sido el camino para aprender a amarte.

Has notado, Verónica, que el fin último que aspiran los seres humanos siempre es ser felices y la felicidad se encuentra en la capacidad de amar y ser amado; por lo que tal fin se presenta a nosotros como trascendente, como algo que nos supera y no nos deja simplemente parados ante la muerte del cuerpo. Te amaré en la tierra, y más allá de ella, un día prometí como susurro a tu oído. Y es que si somos capaces de amar, la vida debe tener otro significado que nacer para morir; por mucho creí que eras tú quien llenaba de significado mi vida, pero realmente es el amor quien lo hace. Mira por ejemplo a una madre, la mayoría de ellas asegura que su felicidad se encuentra en el bienestar de sus hijos, no les importa perder la vida por asegurar la de ellos, incluso si estos son malos hijos su amor en la mayoría de los casos es incorruptible. Nueve meses son necesarios para que un ser humano se acerque a Dios como ningún otro.

Pero nosotros solo nos deseábamos para nosotros mismos, si yo te planteaba la posibilidad de separarnos algún día, protestabas intentándome callar esos malos pensamientos. Supongo que debimos pensar en que si terminábamos lo haríamos por lo mejor para los dos y no simplemente en que ya no estaríamos juntos. Dime, Verónica, ¿de dónde nos viene la capacidad de amar?, tiene que existir algo que no las brinde, algo que vive en cada uno de nosotros inhabitando nuestra alma como una luz capaz de aparecer aún en los momentos más oscuros y lúgubres de la humanidad. A ese algo mi amada, lo he identificado como DIOS; y por ende a esto y muchas otras cosas más que me llevarían muchas páginas describir concibió mi mente a Dios como “Amor” puro y simple, sustancial y esencial, creador y salvador.

Pero que complejo se hizo pensar en ti ante tal concepción, pues tendría que aceptar de cierta manera que nos faltó Dios en nuestra relación para alcanzar la felicidad. Pero esto es algo que azota mi mente, pues ¿cómo son felices quienes no creen en Dios?

Verónica, como un golpe de aire fresco llegó a mí la idea de que siendo sustancialmente perfecto el amor, no necesita de nada para ser más de lo que es, pues ya es en sí mismo lo que tiene que ser. AMOR PURO EN ACTO.  Por lo tanto el que un ser humano no crea en Dios no lo hace más o menos Dios, solo hace a la persona más o menos creyente, de tal forma todo cuanto ame posee un reducto de Dios en su vida.

Las relaciones se acaban por falta de amor (y no en el contexto simple y cotidiano de la palabra), por la falta de entendimiento de que no somos ella y yo, si no que somos Dios, ella y yo. ¿Cómo puede amar una persona a otra sino se ama a si misma primero?, ¿cómo sabe una persona que ama a otra si nunca ha sido amada por nadie?; Créeme Verónica que en tantos testimonios e historias he entendido que al decir YO NO CREO EN DIOS NI LO NECESITO, pero afirmar creo en ti, en lo que siento por ti y necesito de ti para ser feliz, es como aceptar que no existe la lluvia pero necesitamos del agua para vivir. Dios no necesita de nosotros para ser Dios pero nosotros necesitamos de él lo queramos o no para amar. Somos seres necesitados y nuestra primordial necesidad es amar y ser amados.

Por esto Verónica hoy puedo decirte con la mano en mi corazón, TE AMO; te amo profundamente porque aun en la lejanía y sabiendo que compartes vida con otra persona, siento felicidad al saber que estás bien y te encuentras en tu proceso de descubrir el amor para dejarlo evolucionar en ti. No te garantizo que con quien estés alcances la felicidad pero si te garantizo que entendiendo al amor podrás hacer de tus errores un trampolín y una enseñanza para acercarte a la felicidad verdadera.

Mi vida y mi corazón te recuerdan con amor, mi alma suspira por tu recuerdo y mi sentimiento se ancló a ti más allá del simple apego, pero sobre todo, mi corazón entendió y aceptó al fin en paz que no tú no eres ni serás para mí porqué así lo decido yo, pues te amo. Cuanto lamento no haberte dicho a ti y tantas personas más con la capacidad que poseo ahora un verdadero TE AMO. Pero pronto volverás a saber de mí, lo prometo.

Quien te ama Yo.

P.D.: Pronto dejaré de escribirte, ya me queda muy poco por decirte y mucho por morirme.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

POST MORTEM (De la Crisis que Viví Después de Verónica Mulier)



Querida Verónica,  basta solo con leer el título de esta carta para saber que he decidido tocar un tema bastante delicado, y está referido a lo sucedido después de tu partida (si es que lograste irte), así que intentaré ser lo más prudente posible para no ofender tu memoria y no generar más especulaciones sobre tu curiosa existencia. No creo sea oportuno por ello referir en estas líneas cuál y cómo fue el evento decisivo que me separó de ti (si es que lo hubo), dejaré en base a las cartas anteriores que todo quien nos lea saque sus propias alucinaciones fantástica respecto a ello, pues ante tantas especulaciones siento que al colocar el más aislado y disparatado de los eventos que describan un ¿por qué? objetivo de nuestra ruptura, terminará por adjudicarme un errado juicio y a ti una existencia completamente falsa.

En base a esto es justo darte a conocer lo que siempre ha sido oscuro para ti producto de mi orgullo y profundo silencio; y es lo que pasó con mi vivir que estaba acostumbrado a ti al verse sumergido en tu repentina ausencia. Recuerdo claramente aquella amarga noche que concluía uno de los peores días que había tenido hasta entonces. Me sentía completamente desbastado por un oleaje de sentimientos que golpeaban mi alma con increíble fuerza, donde entre los recuerdos la culpa cambiaba de posición acusadora a inocente, sintiéndome como un niño y por momentos tonto por no haber sido capaz de controlar tal situación. 

Vi como castillo de naipes venirse abajo tantos sueños e ilusiones que había construido ilusoriamente en mi enamoramiento por ti que un sentimiento de fracaso y desdicha se asentó en la habitación como compañera de mi amarga soledad, pues ¿a quien podía contar semejante realidad más que a mi propio yo?, ¿quién que no sea yo podría entender cabalmente como se sentía mi angustiada alma por tu partida?; cuantas veces me sentía tentado a llamarte para gritarte con ira tu culpa, y de pronto desaparecía por las terribles ganas de llamarte a pedirte perdón y plantearte la idea de intentarlo nuevamente asumiéndome como absoluto culpable de todo. Cuantos ¿Por qué? intentó mi mente contestar sobre la situación y lo que la había llevado a tal punto.  Que amarga guerra se suscitó en mi corazón que permitió a mis sentimientos invadir la habitación para convertir la oscuridad de la noche en todo un infierno.


Mi querida Verónica, en ningún momento de la vida tenemos mayores oportunidades para crecer que en medio de los sufrimientos, por eso me siento en la absoluta libertad de mostrarte los míos (si es que son míos) y de esta manera expresarte mi verdadero amor por ti. Tuve que lidiar entre los deseos y la añoranza por un buen tiempo, sentía que por más que lo intentara no podía distinguir la culpa de mi inocencia; llegué a creer muchas noches que acabaría en la locura pues tales ideas no me abandonaban en ningún momento, te veía en todos lados, te escuchaba en cualquier lugar, y al sonar del teléfono corría desesperado con la ilusión de encontrar tu nombre en la pantalla.

Ahora bien, curiosamente hoy puedo decir que este mismo efecto post traumático lo he visto muchas veces en diferentes parejas; cada uno sufre a su manera y solo el silencio y uno que otro confidente sabe la magnitud del infierno. Pero es más preocupante, querida mía, lo que he observado hacer a muchas personas con tal experiencia.  Muchas de ellas deciden neutralizar la experiencia creyendo y haciéndole creer al mundo que tal ruptura afectiva nunca afectó más que una noche de pensar, guardando en un cajón enormes cantidades de deseos reprimidos; nuevamente aparece con tristeza la preocupación de las personas por “el qué dirán” en vez de  “que será de mí”. ¿Acaso quien nos critica es más feliz que nosotros?, por supuesto que no. Nadie sabe los demonios que acompañan a los que caminan a diario entre nosotros y gracias a Dios es así.

Hay otros, Verónica que se prometen vanamente no volver a amar y todo cuanto se acerca a ellos es motivo de desconfianza, no representa ningún interés más allá que la compañía y sienten que nunca superaran su pasado. Cosa que hoy me resulta una completa tontería, toda persona es libre de redimensionar sus propios sufrimientos y tener una actitud distinta hacia ellos, solo tienen que proponérselo, por algo son libres por naturaleza.

De igual forma una gran cantidad de personas buscan de inmediato a otras que les sirvan cual medicina barata para sanar la herida que otro dejó. Lo más irónico de este caso es cuando la medicina encontrada también viene escapando de una crisis y los dos se convierten en una maravillosa relación de traumas no superados. Ambos conocen sus realidades y saben en el fondo que no llegarán a la felicidad, que no se aman; pero deciden juntarse por sentidos utilitarios con la excusa del “poco a poco”; pero el infierno más tarde o más temprano se actualiza, (y he aquí algo extraño para mí), la persona no sufre como en la primera ocasión, pues pareciera que esperaba tal declive en algún momento. Extrañamente se juntaron para no sentirse solos e intentar olvidar pero a coste consciente de su infelicidad. ¿No te parece extraña la raza humana, Verónica?; he conocido parejas que hasta se casan y tienen descendencia pero siguen amando a sus pasados de tal forma que sabiendo que no sienten lo mismo por su pareja, deciden tener por vida una mentira y se colocan mascaras ante la sociedad y sus familiares, incluso ante el otro para aparentar una felicidad que no poseen. Me resulta triste la cantidad de casos que veo con estas características; y como la aparición del “Ex” en algún momento de sus vidas es suficiente para aniquilar la relación que había sobrevivido a duras penas.

Por ello creo, mi querida Verónica que la soledad es necesaria para crecer y poder tener un dialogo interno con uno mismo y con Dios que es, a mi concepción, la fuente primaria del Amor y en la cual reposa toda nuestra vida que se esfuerza por aprender a amar. No es lo mismo por lo tanto estar solos a sentirnos solos, pues el solo sentimiento nuevamente es nocivo sino se emplea con prudencia; ninguno de nosotros tiene el derecho de utilizar a otro para superar sus dolores, pues creo que todo cuanto hagamos conscientes al otro termina devolviéndose a lo largo de nuestras vidas, a veces incluso hasta de formas exageradas. Los espacios de soledad oportuna son una maravillosa herramienta en nuestras vidas que llevan a las personas a entrar en los sótanos de sus almas, donde la inmundicia vive, donde los temores reposan y donde los traumas aguardan; en ella podemos encontrar la necesidad de buscar un consejo, actuar con prudencia, decir que no cuando sea necesario y entender que aunque no podamos comprender los sufrimientos mientras pasen, mañana servirán de experiencia esencial para constituirnos como personas felices. Te has puesto a pensar Verónica lo que pasaría si alguna persona en el mundo llegara a anciano sin una sola crisis; que aburrida sería la vida de tal ser, no valdría la pena vivirla. 

Con estos espacios de soledad, somos capaces de decidir cuándo es oportuno intentarlo nuevamente. Si es conveniente volver con el que se fue, o de encontrar verdades que en ningún otro momento habríamos podido ver sobre el amor. Con la mente clara sabemos cuándo la muerte está próxima y cuando la vida está avivándose con increíble fuerza; ante tal soledad del alma, podemos saber cuándo es prudente detener una carta y permitirte estar en tu propia y necesaria soledad.

Lamento profundamente si mis líneas hieren algún pedazo de tu historia, y peor aún, generarte la terrible concepción de creer que a partir de esta carta puedes sacar pistas de mi propia psicología aparentemente revelada. Pero debo decirte mi querida Verónica que todo cuanto ha sido escrito ha sido pensado, deseado y plasmado con la mayor de las consciencias e intenciones, ¿pero como puede uno separarse completamente de su YO?

Quien te quiere. “YO”


P.D.: El YO es algo verdaderamente complejo, tanto que en solo dos letras hay todo un mundo inmerso.

sábado, 2 de noviembre de 2013

POST MORTEM (De cómo Fui Gobernador y Esclavo de Verónica Mulier)


Querida Verónica, cada vez me resulta más complicado escribirte, me encuentro sumergido en un mar de ideas filosóficas que intentan de forma desesperada acabar con mi cordura, aparte de ello mi enfermedad se ha agudizado más los últimos días, pero no es momento de excusas, ya en el pasado dimos bastantes de ellas para intentar librarnos de toda culpa.

Hace noches me encontraba a punto de dormir cuando tu recuerdo vino a mi cama como una dulce melodía, pude escuchar claramente tu voz tal cual era y tu sonrisa desarticulada invadiendo la habitación de mis recuerdos, me sentí al cabo de un momento culpable de haber actuado de la forma en que lo hice mientras te conocí, pues luego de mucho meditar me di cuenta que no siempre fui justo en la manera de demostrarte lo que sentía por ti.

 Luego de estar un tiempo juntos, recuerdo tenía un deseo de querer hacer valer solo mi opinión y considerar la tuya moldeable con psicologías baratas (aunque obviamente nunca te lo diría), extrañamente deseaba el mayor grado de atenciones y que engrandecieras mi ego al considerarme un gran hombre del cual eras dueña, consideraba tus acotaciones y charlas como excesos vanidosos y tus gustos me parecían algo aburridos, pero mi enamoramiento por ti hacía a un lado todo esto pues consideraba normal las diferencias existentes entre nosotros y en partes así lo era, pero tristemente yo nunca fui lo suficientemente maduro para desprenderme de los cuidados y la crianza que me dio mi madre y las constantes influencias sociales que siguen metiendo por los ojos la idea de la mujer condenada a sufrir por amor. Me molestaba que me levantaras, que me preguntaras tonterías, que quisieras ir conmigo a tus eventos, que no estuviera lista la comida cuando iba a visitarte, que hablaras por teléfono mientras estaba yo, que bailaras con alguien más, que no me atendieras como un rey si estaba enfermo, que no complacieras todos mis deseos y mis apetencias, que no me demostraras que estabas profundamente enamorada de mí y así sentirme como gobernador de tu alma. Todo esto escondido de forma subconsciente en el sótano del enamoramiento.  

Pero esa misma noche las cortinas fueron impulsadas por el viento y recordé tu actuar en nosotros; te recordé astuta y hábil para dominar mi histeria con placeres y manipulaciones, pues cuando me veías molesto utilizabas todo un arsenal sensitivo en mi contra, desde lagrimas que brotaban de la nada con la facilidad que sopla el viento, las caricias tentadoras que incitan a desviar la atención de quien plantea una queja, o los silencios prolongados que buscaban desarticularme la cabeza en la preocupación de saber por qué estabas molesta (a veces ni siquiera lo estabas), deseabas y exigías de mi atención para que te escuchara, deseabas que me convirtiera en tu amante, tu amigo, tu aprendiz, tu psicólogo, tu caja de herramientas para los diferentes trabajos de mantenimiento que pudieran salir, deseabas que fuera aún más y más inteligente,  que te representara como el macho dominante de una manada, así podrías presumir ante tus amistades y familiares que tenías por novio a alguien excepcional salido de un cuento mágico. Recuerdo perfectamente las instrucciones antes de presentarme en tu casa, que debía hacer, que no debía hacer, las notificaciones disimuladas de las cosas que no te gustaban para que de alguna u otra manera me amoldara a la idea de príncipe azul que poseías de tu sueño de amor. Así que comprendí que así como yo no superé los cuidados de mi madre tú no superaste tus cuentos infantiles de castillos y princesas, convirtiéndonos sin darnos cuenta en gobernadores y esclavos.

Qué curioso es vernos después de estos años como jugábamos estas luchas por el poder de la relación; mientras yo gritaba y me pavoneaba como el gran señor, tú inteligentemente me lo permitías a sabiendas de que tú tenías el poder y yo terminaría por una u otra razón obedeciéndote. Y es que como una relación nace de parte de dos, se mantiene con la influencia de los dos, igualmente termina por culpa de los dos.

Me llama la atención todas esas personas que aseguran que su relación terminó por culpa del otro, pero jamás dicen que comenzó por culpa del mismo. Recuerdo claramente una joven que se me acercó una tarde para contarme entre lágrimas que sabía que su novio le engañaba pero que ella no encontraba que hacer, pues sentía que le amaba mucho y este de una u otra forma la representaba, con él ante el mundo era una chica feliz y así debía mantenerse siempre. En otra oportunidad hablaba con un compañero que era víctima de manipulaciones constantes y se había convertido en el paga cuentas de su pareja, me contaba entre bebidas que se sentía como un fusil de reserva, como un objeto que una mujer usa para no sentirse sola y frustrada. 

Mi querida Verónica, cuanto miedo tienen las personas a estar solas, creen que la soledad se hará eterna y que si se dan un momento para replantearse las cosas y conocerse a sí mismos, perderán el tren del amor. Por las noches les ataca infinidades de dudas y temores, en algún momento se sientes gobernadores de la situación y en otros como esclavos. Temen a que sus fracasos se repitan y son vulnerables a toda clase de sufrimientos autoinfligidos por no ser lo suficientemente capaz de mirar al otro con ojos de amor y decir: “Necesitamos replantear la relación e intentar en la medida de lo posible conocernos a nosotros mismos, aceptar lo que somos y conocer al otro aceptándolo tal cual es”

Que difícil nos resultó intentar dejar a un lado nuestros propios egoísmos en el amor, buscando satisfacer los deseos de lo que conocemos como correcto y significativo para nosotros sin pensar en lo que es importante para el otro. Que hubiese sido de nosotros Verónica, si en vez de ser gobernadores y esclavos hubiésemos apostado por ser iguales, dos personas que se aman y eso les basta para educarse cada día, para aprender del otro, para sentir en el otro, para juntos acceder al amor, para planificar equipos de auxilio ante las crisis de la relación (que siempre vendrán) y para conocer a Dios como fuente inagotable del amor en la que reposan todas las penas, ilusiones y anhelos humanos. 

Debo pedirte perdón ante mis pequeñeces humanas y mis egoísmos, pero entiendo que así debía ser para hoy poder escribirte estas líneas después de tanto meditar. Lleva tiempo entender que en una relación jamás podrán esconderse los sufrimientos bajo la frase: “Mi Amor le Cambiará”, deben afrontarse, y en la libertad y responsabilidad que poseemos como humanos redimensionarlos hasta llevarlos a la muerte. Aparentar para no sufrir solo es construir un sufrimiento más grande, debí tener la suficiente hombría y tú ser lo suficiente mujer para aceptar que en el fondo algo necesitaba replantearse para que saliéramos adelante.

Pronto volverás a saber de mí. Quien te quiere YO.


P.D.: Tu existencia se ha convertido en objeto de debate, no entiendo por qué si es claro que existes, ahora bien, existir es un término muy amplio que le ha llevado a la filosofía muchísimos debates a lo largo de la historia.