Querida
Verónica, basta solo con leer el título
de esta carta para saber que he decidido tocar un tema bastante delicado, y
está referido a lo sucedido después de tu partida (si es que lograste irte),
así que intentaré ser lo más prudente posible para no ofender tu memoria y no
generar más especulaciones sobre tu curiosa existencia. No creo sea oportuno
por ello referir en estas líneas cuál y cómo fue el evento decisivo que me
separó de ti (si es que lo hubo), dejaré en base a las cartas anteriores que
todo quien nos lea saque sus propias alucinaciones fantástica respecto a ello, pues
ante tantas especulaciones siento que al colocar el más aislado y disparatado
de los eventos que describan un ¿por qué? objetivo de nuestra ruptura,
terminará por adjudicarme un errado juicio y a ti una existencia completamente
falsa.
En base a
esto es justo darte a conocer lo que siempre ha sido oscuro para ti producto de
mi orgullo y profundo silencio; y es lo que pasó con mi vivir que estaba
acostumbrado a ti al verse sumergido en tu repentina ausencia. Recuerdo
claramente aquella amarga noche que concluía uno de los peores días que había
tenido hasta entonces. Me sentía completamente desbastado por un oleaje de
sentimientos que golpeaban mi alma con increíble fuerza, donde entre los
recuerdos la culpa cambiaba de posición acusadora a inocente, sintiéndome como
un niño y por momentos tonto por no haber sido capaz de controlar tal
situación.
Vi como
castillo de naipes venirse abajo tantos sueños e ilusiones que había construido
ilusoriamente en mi enamoramiento por ti que un sentimiento de fracaso y
desdicha se asentó en la habitación como compañera de mi amarga soledad, pues
¿a quien podía contar semejante realidad más que a mi propio yo?, ¿quién que no
sea yo podría entender cabalmente como se sentía mi angustiada alma por tu
partida?; cuantas veces me sentía tentado a llamarte para gritarte con ira tu
culpa, y de pronto desaparecía por las terribles ganas de llamarte a pedirte
perdón y plantearte la idea de intentarlo nuevamente asumiéndome como absoluto
culpable de todo. Cuantos ¿Por qué? intentó mi mente contestar sobre la
situación y lo que la había llevado a tal punto. Que amarga guerra se suscitó en mi corazón que
permitió a mis sentimientos invadir la habitación para convertir la oscuridad
de la noche en todo un infierno.
Mi querida
Verónica, en ningún momento de la vida tenemos mayores oportunidades para
crecer que en medio de los sufrimientos, por eso me siento en la absoluta
libertad de mostrarte los míos (si es que son míos) y de esta manera expresarte
mi verdadero amor por ti. Tuve que lidiar entre los deseos y la añoranza por un
buen tiempo, sentía que por más que lo intentara no podía distinguir la culpa
de mi inocencia; llegué a creer muchas noches que acabaría en la locura pues
tales ideas no me abandonaban en ningún momento, te veía en todos lados, te
escuchaba en cualquier lugar, y al sonar del teléfono corría desesperado con la
ilusión de encontrar tu nombre en la pantalla.
Ahora bien,
curiosamente hoy puedo decir que este mismo efecto post traumático lo he visto muchas
veces en diferentes parejas; cada uno sufre a su manera y solo el silencio y
uno que otro confidente sabe la magnitud del infierno. Pero es más preocupante, querida
mía, lo que he observado hacer a muchas personas con tal experiencia. Muchas de ellas deciden neutralizar la
experiencia creyendo y haciéndole creer al mundo que tal ruptura afectiva nunca
afectó más que una noche de pensar, guardando en un cajón enormes cantidades de
deseos reprimidos; nuevamente aparece con tristeza la preocupación de las
personas por “el qué dirán” en vez de “que
será de mí”. ¿Acaso quien nos critica es más feliz que nosotros?, por supuesto que
no. Nadie sabe los demonios que acompañan a los que caminan a diario entre
nosotros y gracias a Dios es así.
Hay otros,
Verónica que se prometen vanamente no volver a amar y todo cuanto se acerca a
ellos es motivo de desconfianza, no representa ningún interés más allá que la
compañía y sienten que nunca superaran su pasado. Cosa que hoy me resulta una
completa tontería, toda persona es libre de redimensionar sus propios
sufrimientos y tener una actitud distinta hacia ellos, solo tienen que proponérselo,
por algo son libres por naturaleza.
De igual
forma una gran cantidad de personas buscan de inmediato a otras que les sirvan
cual medicina barata para sanar la herida que otro dejó. Lo más irónico de este
caso es cuando la medicina encontrada también viene escapando de una crisis y los
dos se convierten en una maravillosa relación de traumas no superados. Ambos conocen
sus realidades y saben en el fondo que no llegarán a la felicidad, que no se
aman; pero deciden juntarse por sentidos utilitarios con la excusa del “poco a
poco”; pero el infierno más tarde o más temprano se actualiza, (y he aquí algo
extraño para mí), la persona no sufre como en la primera ocasión, pues
pareciera que esperaba tal declive en algún momento. Extrañamente se juntaron
para no sentirse solos e intentar olvidar pero a coste consciente de su
infelicidad. ¿No te parece extraña la raza humana, Verónica?; he conocido
parejas que hasta se casan y tienen descendencia pero siguen amando a sus
pasados de tal forma que sabiendo que no sienten lo mismo por su pareja, deciden
tener por vida una mentira y se colocan mascaras ante la sociedad y sus
familiares, incluso ante el otro para aparentar una felicidad que no poseen. Me
resulta triste la cantidad de casos que veo con estas características; y como
la aparición del “Ex” en algún momento de sus vidas es suficiente para
aniquilar la relación que había sobrevivido a duras penas.
Por ello
creo, mi querida Verónica que la soledad es necesaria para crecer y poder tener
un dialogo interno con uno mismo y con Dios que es, a mi concepción, la fuente
primaria del Amor y en la cual reposa toda nuestra vida que se esfuerza por
aprender a amar. No es lo mismo por lo tanto estar solos a sentirnos solos,
pues el solo sentimiento nuevamente es nocivo sino se emplea con prudencia;
ninguno de nosotros tiene el derecho de utilizar a otro para superar sus
dolores, pues creo que todo cuanto hagamos conscientes al otro termina devolviéndose
a lo largo de nuestras vidas, a veces incluso hasta de formas exageradas. Los
espacios de soledad oportuna son una maravillosa herramienta en nuestras vidas que
llevan a las personas a entrar en los sótanos de sus almas, donde la inmundicia
vive, donde los temores reposan y donde los traumas aguardan; en ella podemos
encontrar la necesidad de buscar un consejo, actuar con prudencia, decir que no
cuando sea necesario y entender que aunque no podamos comprender los
sufrimientos mientras pasen, mañana servirán de experiencia esencial para
constituirnos como personas felices. Te has puesto a pensar Verónica lo que pasaría
si alguna persona en el mundo llegara a anciano sin una sola crisis; que
aburrida sería la vida de tal ser, no valdría la pena vivirla.
Con estos
espacios de soledad, somos capaces de decidir cuándo es oportuno intentarlo
nuevamente. Si es conveniente volver con el que se fue, o de encontrar verdades
que en ningún otro momento habríamos podido ver sobre el amor. Con la mente
clara sabemos cuándo la muerte está próxima y cuando la vida está avivándose con
increíble fuerza; ante tal soledad del alma, podemos saber cuándo es prudente
detener una carta y permitirte estar en tu propia y necesaria soledad.
Lamento profundamente
si mis líneas hieren algún pedazo de tu historia, y peor aún, generarte la
terrible concepción de creer que a partir de esta carta puedes sacar pistas de
mi propia psicología aparentemente revelada. Pero debo decirte mi querida Verónica
que todo cuanto ha sido escrito ha sido pensado, deseado y plasmado con la
mayor de las consciencias e intenciones, ¿pero como puede uno separarse completamente
de su YO?
Quien te
quiere. “YO”
P.D.: El YO es algo verdaderamente complejo, tanto que en solo dos
letras hay todo un mundo inmerso.
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