Querida
Verónica, cada vez me resulta más complicado escribirte, me encuentro sumergido
en un mar de ideas filosóficas que intentan de forma desesperada acabar con mi cordura,
aparte de ello mi enfermedad se ha agudizado más los últimos días, pero no es
momento de excusas, ya en el pasado dimos bastantes de ellas para intentar
librarnos de toda culpa.
Hace
noches me encontraba a punto de dormir cuando tu recuerdo vino a mi cama como
una dulce melodía, pude escuchar claramente tu voz tal cual era y tu sonrisa
desarticulada invadiendo la habitación de mis recuerdos, me sentí al cabo de un
momento culpable de haber actuado de la forma en que lo hice mientras te
conocí, pues luego de mucho meditar me di cuenta que no siempre fui justo en la
manera de demostrarte lo que sentía por ti.
Luego de estar un tiempo juntos, recuerdo
tenía un deseo de querer hacer valer solo mi opinión y considerar la tuya
moldeable con psicologías baratas (aunque obviamente nunca te lo diría),
extrañamente deseaba el mayor grado de atenciones y que engrandecieras mi ego
al considerarme un gran hombre del cual eras dueña, consideraba tus acotaciones
y charlas como excesos vanidosos y tus gustos me parecían algo aburridos, pero
mi enamoramiento por ti hacía a un lado todo esto pues consideraba normal las
diferencias existentes entre nosotros y en partes así lo era, pero tristemente
yo nunca fui lo suficientemente maduro para desprenderme de los cuidados y la
crianza que me dio mi madre y las constantes influencias sociales que siguen
metiendo por los ojos la idea de la mujer condenada a sufrir por amor. Me
molestaba que me levantaras, que me preguntaras tonterías, que quisieras ir
conmigo a tus eventos, que no estuviera lista la comida cuando iba a visitarte,
que hablaras por teléfono mientras estaba yo, que bailaras con alguien más, que
no me atendieras como un rey si estaba enfermo, que no complacieras todos mis
deseos y mis apetencias, que no me demostraras que estabas profundamente
enamorada de mí y así sentirme como gobernador de tu alma. Todo esto escondido
de forma subconsciente en el sótano del enamoramiento.
Pero esa
misma noche las cortinas fueron impulsadas por el viento y recordé tu actuar en
nosotros; te recordé astuta y hábil para dominar mi histeria con placeres y
manipulaciones, pues cuando me veías molesto utilizabas todo un arsenal
sensitivo en mi contra, desde lagrimas que brotaban de la nada con la facilidad
que sopla el viento, las caricias tentadoras que incitan a desviar la atención
de quien plantea una queja, o los silencios prolongados que buscaban
desarticularme la cabeza en la preocupación de saber por qué estabas molesta (a
veces ni siquiera lo estabas), deseabas y exigías de mi atención para que te
escuchara, deseabas que me convirtiera en tu amante, tu amigo, tu aprendiz, tu
psicólogo, tu caja de herramientas para los diferentes trabajos de
mantenimiento que pudieran salir, deseabas que fuera aún más y más inteligente, que te representara como el macho dominante
de una manada, así podrías presumir ante tus amistades y familiares que tenías
por novio a alguien excepcional salido de un cuento mágico. Recuerdo
perfectamente las instrucciones antes de presentarme en tu casa, que debía
hacer, que no debía hacer, las notificaciones disimuladas de las cosas que no
te gustaban para que de alguna u otra manera me amoldara a la idea de príncipe
azul que poseías de tu sueño de amor. Así que comprendí que así como yo no
superé los cuidados de mi madre tú no superaste tus cuentos infantiles de
castillos y princesas, convirtiéndonos sin darnos cuenta en gobernadores y
esclavos.
Qué
curioso es vernos después de estos años como jugábamos estas luchas por el
poder de la relación; mientras yo gritaba y me pavoneaba como el gran señor, tú
inteligentemente me lo permitías a sabiendas de que tú tenías el poder y yo
terminaría por una u otra razón obedeciéndote. Y es que como una relación nace
de parte de dos, se mantiene con la influencia de los dos, igualmente termina
por culpa de los dos.
Me llama
la atención todas esas personas que aseguran que su relación terminó por culpa
del otro, pero jamás dicen que comenzó por culpa del mismo. Recuerdo claramente
una joven que se me acercó una tarde para contarme entre lágrimas que sabía que
su novio le engañaba pero que ella no encontraba que hacer, pues sentía que le
amaba mucho y este de una u otra forma la representaba, con él ante el mundo
era una chica feliz y así debía mantenerse siempre. En otra oportunidad hablaba
con un compañero que era víctima de manipulaciones constantes y se había
convertido en el paga cuentas de su pareja, me contaba entre bebidas que se
sentía como un fusil de reserva, como un objeto que una mujer usa para no
sentirse sola y frustrada.
Mi querida
Verónica, cuanto miedo tienen las personas a estar solas, creen que la soledad
se hará eterna y que si se dan un momento para replantearse las cosas y
conocerse a sí mismos, perderán el tren del amor. Por las noches les ataca
infinidades de dudas y temores, en algún momento se sientes gobernadores de la
situación y en otros como esclavos. Temen a que sus fracasos se repitan y son
vulnerables a toda clase de sufrimientos autoinfligidos por no ser lo
suficientemente capaz de mirar al otro con ojos de amor y decir: “Necesitamos replantear la relación e
intentar en la medida de lo posible conocernos a nosotros mismos, aceptar lo
que somos y conocer al otro aceptándolo tal cual es”
Que
difícil nos resultó intentar dejar a un lado nuestros propios egoísmos en el
amor, buscando satisfacer los deseos de lo que conocemos como correcto y
significativo para nosotros sin pensar en lo que es importante para el otro.
Que hubiese sido de nosotros Verónica, si en vez de ser gobernadores y esclavos hubiésemos apostado por ser iguales, dos personas que se aman y eso les basta
para educarse cada día, para aprender del otro, para sentir en el otro, para
juntos acceder al amor, para planificar equipos de auxilio ante las crisis de
la relación (que siempre vendrán) y para conocer a Dios como fuente inagotable
del amor en la que reposan todas las penas, ilusiones y anhelos humanos.
Debo
pedirte perdón ante mis pequeñeces humanas y mis egoísmos, pero entiendo que
así debía ser para hoy poder escribirte estas líneas después de tanto meditar.
Lleva tiempo entender que en una relación jamás podrán esconderse los
sufrimientos bajo la frase: “Mi Amor le
Cambiará”, deben afrontarse, y en la libertad y responsabilidad que
poseemos como humanos redimensionarlos hasta llevarlos a la muerte. Aparentar
para no sufrir solo es construir un sufrimiento más grande, debí tener la
suficiente hombría y tú ser lo suficiente mujer para aceptar que en el fondo
algo necesitaba replantearse para que saliéramos adelante.
Pronto
volverás a saber de mí. Quien te quiere YO.
P.D.: Tu existencia se ha convertido
en objeto de debate, no entiendo por qué si es claro que existes, ahora bien,
existir es un término muy amplio que le ha llevado a la filosofía muchísimos
debates a lo largo de la historia.
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