martes, 27 de agosto de 2013

Mi Amigo el Dragón (III Parte)



-Bueno, tu dragón es de gran tamaño, supongo vivió mucho tiempo encerrado por lo que tenía un gran poder. Se desabotono la camisa y mostrándome una espalda con cicatrices continuó. Este es mi recuerdo de aquel amargo encuentro, al igual que a ti, también me dejó marca.

Rápidamente recordé aquel profundo dolor final y toque mi pecho, luego de desabotonar mi camisa me encontré con una horrible y enorme cicatriz. El señor “R” al verla se lleno de temor y dando un extraño chillido se alejó al rincón con los ojos desorbitados como si acabara de ver un fantasma. ¡¡TAPALA!!, gritó con fuerte voz, ¡NO QUIERO VERLA! replicó.

Cerré nuevamente mi camisa y entre la confusión y el temor por lo que había visto pregunte: ¿qué es todo esto, por qué te asusta tanto?

Luego de sentarse aun con los ojos desorbitados dijo con voz temblorosa: El dragón nació de esa cicatriz y desde entonces vivo atrapado en el ático, cuanto lo viste solo reactualizó tu dolor haciéndose más fuerte. Una parte de mi se ve afectada cuando él aparece, antes solía vivir en la casa junto a ti como amos y señores de la misma, eran tiempos maravillosos donde tú y yo compartíamos todo el día, dibujábamos juntos millones de ideas y mundos, recuerdo en una ocasión de nuestras travesuras decidimos pintar a la señora creatividad del mismo color de su habitación y esta prefirió quedarse así para siempre, vieja loca siempre con sus cosas. 

El caso es, que con el pasar del tiempo dejamos de jugar cada vez más, llegó a la casa ese pesado de la preocupación, y la afectividad que solía jugar con nosotros de cuando en vez se volvió cada vez más pretenciosa y engreída, hasta que me excluyó de sus juegos y te alejó de mí. Vino la codicia, el ego, la vanagloria y la soberbia y sin darme cuenta el departamento de deseos que tanto trabajo nos dio decorar con nuestros dibujos, fue suplantado por esos espantosos cuadros abstractos que nunca he entendido, cada vez más espacios de la casa estaban cerrados para mí.

 Un día el cielo se torno oscuro como nunca lo había visto, todos en la casa corrimos y se te formo la cicatriz que llevas en el pecho, tú te retorcías de dolor y yo corrí a ayudarte pero la preocupación me detuvo por un brazo, el dolor me tapo la boca y comenzó a gritar cada vez más fuerte para que no me escucharas, el rencor vino y me tomo por el otro brazo sin decir palabra alguna; tú te volteaste me miraste con gran desprecio y prometiste jamás volverías a estar conmigo, pues por alguna extraña razón que nunca entendí me acusabas de ser culpable de tu cicatriz; tu pecho se puso rojo como el hierro cuando se calienta y de tu cicatriz salió un horrible dragón lleno de cuernos y espinas, corrió hacia mí y con un fuerte golpe me desmayó. Al despertar estaba aquí encerrado en este ático esperando que algún día vinieras a visitarme. 

Pasado un tiempo el fantasma del inconsciente encerró al dragón en el sótano de la casa y a mí me cerró varias ventanas para que no pudiera verte, bajo un hechizo trajo consigo la normalidad a la casa pero nada volvió a ser como antes. Desde entonces el dragón ha gritado muchas noches intentando salir pero el temor fue nombrado vigilante de su celda y no permite que nadie se le acerque, ni siquiera tú; es alimentado con recuerdos por lo que ahora tiene ese aspecto tan espantoso y sorprendente.

 Yo te he esperado en silencio dibujando en lo que puedo, esperando lo mismo; hasta que un día apareció Él, diciendo que tú vendrías pronto. Así que corté mis pantalones ya casi destruidos y saqué la mejor de mis camisas, me senté sonriendo detrás de la puerta, y casi exploto de felicidad al escuchar la puerta traquear y verte aparecer con la mirada perdida. Aunque ya no recordabas nada, era tanta mi felicidad de volverte a ver que preferí callar, aunque a decir verdad ya casi había olvidado lo sucedido; cada instante que paso a tu lado intento aprovecharlo al máximo.

Yo estaba mudo sin poder decir una palabra, él sonreía con una mirada llena de alegría. Luego de una pausa contesté: me alegra que no me odies pero ¿Quién te dijo que yo vendría a verte?

-¿Odio? Contestó mi pequeño Yo. No está en mi naturaleza sentirlo, ni siquiera puedo entenderlo, para mí el amor es la fuerza más grande que pueda existir y rige el principio de todas las almas. El odio no tiene naturaleza propia sino una adjudicada por las mismas personas en el mal uso de su libre albedrío, pero como tampoco está en mí la capacidad de juzgar todo esto, aunque triste me parece superable y transformable. Ahora, en  lo referente a quien me dijo que vendrías fue Papa.

Yo guardé un silencio lleno de confusión pero antes de pronunciar palabra alguna el continuó:

-Verás, los niños internos estamos hechos de amor puro y por el amor puro, nuestra naturaleza procede de algo superior a todo lo existente en esta casa o cualquier otra en el mundo. Mi camisa por ejemplo, mantiene ese brillo en ocasiones cegador pues soy absolutamente puro e incorruptible, fuimos creados como una especie de vaso donde se ha derramado una gota de amor en las personas; eso que nos ha creado y nos ha puesto aquí a acompañarte a lo largo de tu vida aun con todos los malos tratos que podamos recibir lo llamamos simplemente Papa. Él fue quien vino a visitarme una mañana a decirme que tú vendrías.

Yo no pude esconder mi sorpresa y de inmediato pregunté: ¿Él vino a verte? ¿Cómo es posible que estuviera aquí si me has dicho que es superior a todo lo existente en la casa?

El señor “R” sonrió nuevamente y con voz serena y calmada como la de un hombre al observar inocencia en la pregunta de un niño contestó:

-Él vive aquí en la casa desde siempre.

Continuará

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