jueves, 29 de agosto de 2013

Mi Amigo el Dragón (V Parte)



Antes de emitir palabra alguna, el señor “R” soltó una enorme carcajada y mirándome a los ojos preguntó: ¿Un chimpancé enano? jajajajaja que manera de concebir a tu inteligencia tienes.

-¿MI INTELIGENCIA? Exclamé con fuerte voz. ¿Este tonto monito es mi inteligencia?

El curioso chimpancé se acercó a mí ahora de manera fría y sin emitir sonido alguno, se desvaneció en el aire como la niebla y su voz resonó en la habitación. 

-Lamento no ser lo que esperabas pero prefiero acompañarte en el silencio que tener que soportar alguna ofensa.

El señor “R” que observaba todo con su acostumbrado rostro sonriente dijo: 

-Ya ves, has ofendido a tu inteligencia menospreciándola. Suelen ser bastante sensibles a esas cosas. No te preocupes como te dije, muchos son los que te acompañan sin que puedas verlos, eso no quiere decir que no estén ahí. Solo tienes que invocarlos y estarán contigo, incluso yo si así llegaras a necesitarlo.  Ahora sube.

-¿No vendrás conmigo? Pregunté.

La voz irónica del chimpancé inundó la habitación. 

-¿Ahora entiendes por qué soy un chimpancé enano?

Entendí que lo decía por mi pregunta, pues aunque el señor “R” no estaría de forma visible conmigo eso no quería decir que no me acompañaría. 

Me subí al extraño objeto cuadrado de colores y este de inmediato se puso en marcha a una gran velocidad. Al fondo se desvanecía la imagen del señor “R” que se despedía con un gesto desde el ático. Al cabo de un instante estaba parado frente a un enorme castillo de color turquesa con puertas de oro y ventanales llenos de mosaicos que parecían tener movimiento, me bajé del improvisado pero útil transporte y estuve frente a las enormes puertas doradas.  Estas con un gran ruido comenzaron a abrirse lentamente.

Entré con algo de temor al castillo y para mi asombro se encontraba absolutamente vacío, el piso estaba decorado de cuadros negros y blancos y no había ni un solo mueble, decoración o lámpara en la enorme y basta habitación. Las puertas se cerraron, pero todo se mantenía iluminado de alguna extraña manera ya que no podía distinguir una sola lámpara o ventana de donde proviniera la luz. Caminé de un lado al otro buscando alguna puerta o salida pero al caminar parecía tener un efecto deslizante sobre el piso que me mantenía en el mismo lugar sin importar mi esfuerzo en avanzar. Al ver que mis esfuerzos no me llevaban a ninguna parte cerré los ojos y pensé en el chimpancé, después de todo seguía siendo mi inteligencia y como por arte de magia apareció delante de mí con una enorme sonrisa que mostraba nuevamente sus rosadas encías.

-Dime, ¿en que te puede ayudar este enano chimpancé? Preguntó de forma irónica mi inteligencia.

Una nueva voz aguda se escuchó en la habitación y detrás de mí una mujer vestida de harapos, con el cabello descuidado y la túnica vieja y rota preguntó:

-Sí, ¿Cómo puede ayudarte él aquí?

Al verla mis ojos se llenaron de temor y fascinación era una mujer hermosa pero con una apariencia de pordiosera que me miraba fijamente con ojos penetrantes. ¿Quién eres? Pregunté.
Ella bajo el rostro y contestó de forma poco audible. “Tu humildad”.

En ese instante el chimpancé que ahora estaba a mi lado dio un brinco y se puso detrás de mí, sujetando con mano temblorosa mi pantalón como un niño que se refugia de un peligro. Lo observé por un instante y luego mirando a la mujer dije:

-¿Cómo podría ver con tanta claridad a mi humildad?, ¿si la viera no sería acaso mi propia vanidad?

En ese instante la mujer levantó el rostro de forma violenta y emitiendo un fuerte y espectral grito se desvaneció alejándose de mí a toda prisa. Siguiente a esto la habitación comenzó a retumbar y de forma mágica comenzaron a aparecer ventanas, lámparas, muebles y cuadros. En pocos instantes tenía el aspecto de una habitación normal, similar en parte a un tranquilo y antiguo estudio.

De pronto cuatro mujeres de túnicas blancas con rostros resplandecientes de luz aparecieron por el pasillo central y el chimpancé que hasta ahora seguía a mi lado, caminó hacia ellas de forma tranquila y serena como si una leve brisa lo impulsara. En un instante un destello luminoso se produjo ante mis ojos y ahora la imagen del chimpancé había sido suplantada por la de otra mujer de túnica blanca.

-¿Qué deseas de este castillo? Preguntaron cinco agudas voces femeninas al mismo tiempo.

Aunque sabía que no era prudente contestar con otra pregunta me atreví a decir: ¿Quiénes son ustedes? 

Las cinco mujeres contestaron al unísono: somos tu inteligencia, tu experiencia, tu inspiración, tu discernimiento y tu revelación, la manera que tienes de acceder a tu sabiduría. Sabemos por lo que has venido, pero ¿lo sabes tú?

Yo aún con el rostro confundido, solo me atreví a contestar: quiero saber lo que está pasando, quiero saber ¿quién es el ser al que llama papa el señor “R” y donde puedo encontrarlo?, quiero saber ¿cómo llegó el dragón de fuego a la casa y cómo puedo matarlo?.

Las mujeres se colocaron a mi alrededor formando un círculo y las cinco voces contestaron:

-Lo que está pasando siempre ha pasado y pasará, no siempre has podido entrar a este castillo, y las veces que lo has logrado no has podido superar al vigilante. Tu vanidad. Es por ella por la que muchas veces no has entendido lo que frente a ti estaba claro como el agua, es por ella por lo que mucho de este mundo se encuentra en sombras y una de las más grandes armas a favor del Arlequín.

Antes de poder pronunciar palabra alguna las voces continuaron. Sí, estamos al tanto de la presencia del Arlequín; al igual que nosotros él es una proyección de…

Continuará

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