Antes de
emitir palabra alguna, el señor “R” soltó una enorme carcajada y mirándome a
los ojos preguntó: ¿Un chimpancé enano? jajajajaja que manera de concebir a tu
inteligencia tienes.
-¿MI
INTELIGENCIA? Exclamé con fuerte voz. ¿Este tonto monito es mi inteligencia?
El curioso
chimpancé se acercó a mí ahora de manera fría y sin emitir sonido alguno, se
desvaneció en el aire como la niebla y su voz resonó en la habitación.
-Lamento no
ser lo que esperabas pero prefiero acompañarte en el silencio que tener que
soportar alguna ofensa.
El señor “R”
que observaba todo con su acostumbrado rostro sonriente dijo:
-Ya ves, has
ofendido a tu inteligencia menospreciándola. Suelen ser bastante sensibles a
esas cosas. No te preocupes como te dije, muchos son los que te acompañan sin
que puedas verlos, eso no quiere decir que no estén ahí. Solo tienes que
invocarlos y estarán contigo, incluso yo si así llegaras a necesitarlo. Ahora sube.
-¿No vendrás
conmigo? Pregunté.
La voz irónica del chimpancé
inundó la habitación.
-¿Ahora
entiendes por qué soy un chimpancé enano?
Entendí que lo
decía por mi pregunta, pues aunque el señor “R” no estaría de forma visible
conmigo eso no quería decir que no me acompañaría.
Me subí al
extraño objeto cuadrado de colores y este de inmediato se puso en marcha a una
gran velocidad. Al fondo se desvanecía la imagen del señor “R” que se despedía
con un gesto desde el ático. Al cabo de un instante estaba parado frente a un
enorme castillo de color turquesa con puertas de oro y ventanales llenos de
mosaicos que parecían tener movimiento, me bajé del improvisado pero útil
transporte y estuve frente a las enormes puertas doradas. Estas con un gran ruido comenzaron a abrirse
lentamente.
Entré con algo
de temor al castillo y para mi asombro se encontraba absolutamente vacío, el
piso estaba decorado de cuadros negros y blancos y no había ni un solo mueble,
decoración o lámpara en la enorme y basta habitación. Las puertas se cerraron,
pero todo se mantenía iluminado de alguna extraña manera ya que no podía
distinguir una sola lámpara o ventana de donde proviniera la luz. Caminé de un
lado al otro buscando alguna puerta o salida pero al caminar parecía tener un
efecto deslizante sobre el piso que me mantenía en el mismo lugar sin importar
mi esfuerzo en avanzar. Al ver que mis esfuerzos no me llevaban a ninguna parte
cerré los ojos y pensé en el chimpancé, después de todo seguía siendo mi
inteligencia y como por arte de magia apareció delante de mí con una enorme
sonrisa que mostraba nuevamente sus rosadas encías.
-Dime, ¿en que
te puede ayudar este enano chimpancé? Preguntó de forma irónica mi
inteligencia.
Una nueva voz
aguda se escuchó en la habitación y detrás de mí una mujer vestida de harapos,
con el cabello descuidado y la túnica vieja y rota preguntó:
-Sí, ¿Cómo
puede ayudarte él aquí?
Al verla mis
ojos se llenaron de temor y fascinación era una mujer hermosa pero con una
apariencia de pordiosera que me miraba fijamente con ojos penetrantes. ¿Quién
eres? Pregunté.
Ella bajo el
rostro y contestó de forma poco audible. “Tu humildad”.
En ese
instante el chimpancé que ahora estaba a mi lado dio un brinco y se puso detrás
de mí, sujetando con mano temblorosa mi pantalón como un niño que se refugia de
un peligro. Lo observé por un instante y luego mirando a la mujer dije:
-¿Cómo podría
ver con tanta claridad a mi humildad?, ¿si la viera no sería acaso mi propia
vanidad?
En ese
instante la mujer levantó el rostro de forma violenta y emitiendo un fuerte y
espectral grito se desvaneció alejándose de mí a toda prisa. Siguiente a esto
la habitación comenzó a retumbar y de forma mágica comenzaron a aparecer
ventanas, lámparas, muebles y cuadros. En pocos instantes tenía el aspecto de
una habitación normal, similar en parte a un tranquilo y antiguo estudio.
De pronto cuatro mujeres de túnicas blancas con rostros resplandecientes de luz aparecieron
por el pasillo central y el chimpancé que hasta ahora seguía a mi lado, caminó
hacia ellas de forma tranquila y serena como si una leve brisa lo impulsara. En
un instante un destello luminoso se produjo ante mis ojos y ahora la imagen del
chimpancé había sido suplantada por la de otra mujer de túnica blanca.
-¿Qué deseas
de este castillo? Preguntaron cinco agudas voces femeninas al mismo tiempo.
Aunque sabía
que no era prudente contestar con otra pregunta me atreví a decir: ¿Quiénes son
ustedes?
Las cinco
mujeres contestaron al unísono: somos tu inteligencia, tu experiencia, tu
inspiración, tu discernimiento y tu revelación, la manera que tienes de acceder a tu sabiduría. Sabemos
por lo que has venido, pero ¿lo sabes tú?
Yo aún con el
rostro confundido, solo me atreví a contestar: quiero saber lo que está
pasando, quiero saber ¿quién es el ser al que llama papa el señor “R” y donde
puedo encontrarlo?, quiero saber ¿cómo llegó el dragón de fuego a la casa y
cómo puedo matarlo?.
Las mujeres se
colocaron a mi alrededor formando un círculo y las cinco voces contestaron:
-Lo que está
pasando siempre ha pasado y pasará, no siempre has podido entrar a este
castillo, y las veces que lo has logrado no has podido superar al vigilante. Tu
vanidad. Es por ella por la que muchas veces no has entendido lo que frente a
ti estaba claro como el agua, es por ella por lo que mucho de este mundo se
encuentra en sombras y una de las más grandes armas a favor del Arlequín.
Antes de poder
pronunciar palabra alguna las voces continuaron. Sí, estamos al tanto de la
presencia del Arlequín; al igual que nosotros él es una proyección de…
Continuará
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