En un momento
el dragón dejó de escupir fuego y haciendo una gran fuerza con el escudo lo
separé de mi pecho para correr hacia la espada, pero mis piernas laceradas por
el fuego apenas y contaban con fuerza para levantarme; entre tropiezos y
desesperación me arrastré hasta la espada y estando a pocos centímetros de
alcanzarla un enorme peso se abalanzó sobre mí. Pude sentir la descomunal pata
del dragón tumbándome y apretando mi cuerpo contra la tierra, que junto a mi
dolor en las piernas me impedían alcanzar la espada ya a solo pocos centímetros
de mi brazo extendido que con desesperación intentaba agarrarla.
Pero un enorme
dolor se sembró en mi hombro derecho como si un gran puñal lo acabara de
traspasar y levantando la mirada pude ver una de las garras de la pata del
dragón atravesando completamente mi hombro
quien con un rápido movimiento empujó mi cuerpo contra la tierra. Grité
desesperado del dolor que se clavaba en mi carne como acero al rojo vivo; en
ese instante pude sentir debajo de mi brazo la espada de metal rojizo que después
de tomarla con fuerza para no perderla me sirvió de apoyo para impulsar mi
cuerpo hacia la zanja librándome de aquella terrible garra.
El dragón ante
el desnivel del suelo tambaleó su enorme cuerpo, pero en un respiro estaba
nuevamente dispuesto a atacar; inclinó su cabeza hacia mí de forma amenazante,
pero con el impulso del deseo de vivir tomé la espada y levantándola con todas
mis fuerzas pude herir su cuello con un corte rápido y certero.
De la enorme
bestia salió un grito metálico que retumbó el suelo del lugar mientras que de
su cuello comenzó a salir una especie de sangre negra acompañada de una turbia neblina.
Aquel potente sonido fue perdiéndose entre la espesa neblina que había inundado
el lugar, así que colocándome en pie como pude me acerqué al escudo; sabía que
la herida no había sido mortal, pero pronto noté que el sonido metálico se
había extinguido en la neblina y me encontré raramente solo en aquel basto y
calcinado lugar.
Estuve atento
apoyado sobre mi escudo ya que mis piernas habían perdido toda fuerza, pero el
corazón comenzó a latir con mucha fuerza cuando pasos distintos a los de una
bestia se escuchaban en la oscuridad. Parecían venir de todos lados, y a donde
voltearan mis ojos siluetas de figuras semihumanas se desdibujaban y aparecían entre
la neblina con poca claridad.
Tomé la espada
con fuerza y frente a mis ojos de la oscura neblina salió la bella figura de una mujer alta desbordante de sensualismo,
vestía de negro, con el cabello oscuro como la piedra de azabache que parecía
tener un poder casi hipnótico en mí. Escuché nuevos pasos y girando lenta y
sorprendidamente la cabeza pude ver a mi derecha a un hombre musculoso de
cabello largo y descuidado, vestía una falda vikinga con el pecho descubierto, con
una enorme espada en su mano y en la otra un hacha, sus ojos parecían
desorbitados junto a unos dientes mostrados de forma amenazante que daba la
impresión de un hombre a punto de atacar en batalla. Nuevos pasos escuché entre
la neblina y girando mi cabeza a la izquierda estaba lo que parecía ser un rey,
pues vestía una elegante ropa antigua, con una capa real roja de bordes
blancos, sobre su cabeza una bella corona de oro y diamante y en su mano un
cetro del mismo material. A cada instante escuchaba nuevos pasos y otras
figuras aparecían en la neblina, no sabía que hacer pues solo se paraban alrededor
de forma amenazante.
Pero mientras
contemplaba aquellos extraños personajes, un ruido nuevamente metálico se
escuchó detrás. Volteé con la velocidad que mi lacerado cuerpo me permitía y me
encontré con un dragón similar al anterior pero esta vez más pequeño, apenas algo
más de un metro más que yo. Me dispuse a ponerme en guardia pero unas manos
heladas me sujetaron del brazo y pude ver a la alta mujer de hace un instante
clavar sus uñas con tal fuerza que solté la espada intentando librarme; mi otro
brazo fue sujetado por el hombre de apariencia vikinga, ambos extendían en
sentido contrario dejándome sin armas para la lucha; el rey se acercó como un
fantasma y tomándome con fuerza del cuello con ayuda de su cetro me derribó al
suelo.
Sin duda me
sentía desesperado, pero aquel sentimiento agravó cuando vi al nuevo dragón
parado frente a mí abriendo la boca y mostrando sus enormes y afilados dientes
dispuesto a matar. Mirando aquella espantosa figura mis ojos voltearon
lentamente a la silueta que se dibujaba apenas visible detrás de él, era el
Arlequín que me miraba con una enorme sonrisa.
Por un momento
parecía el tiempo haberse retrasado de su velocidad normal, estaba seguro que
estaba a punto de enfrentar la muerte. Cerré los ojos al ver la boca del dragón
abalanzarse sobre mí y con un leve susurro como el de la hoja del árbol que cae
suavemente con la brisa en el suelo pensé en el misterio, con los labios casi sin
vida y una lágrima desprendiéndose para morir en mi lacerado rostro pronuncié
mi último pensamiento antes de morir. “Padre,
ayúdame”. Un breve pero penetrante dolor se clavó en mi rostro y como
vencido por el sueño el mundo se desvaneció.
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Extrañamente me
encontraba sentado en la rueda de un pequeño parque infantil, donde niños
jugaban con sus padres en el sube y baja o el columpio con absoluta normalidad.
De pronto un niño similar al señor “R” se acercó hasta la rueda y se sentó a mi
lado, tenía el rostro resplandeciente de luz, con unos cautivantes ojos café y
su sonrisa era como sumergirse en un mar de paz. Me miró fijamente y tomando mi
mano dijo:
-Aquí estoy
hijito mío.
Yo no pude encontrar palabras
pues no podía explicar lo que estaba pasando, el continuó.
-Aquí he
estado siempre, esperándote, aguardando con el más puro amor que vinieras a mí;
te he visto desde antes que tu madre te concibiera, en tus días y noches, en
tus logros y fracasos, en tus proyectos y ausencias. Mi hijo amado, cuanto he
esperado este momento.
Yo me atreví a
pronunciar de modo casi audible: ¿Quién eres tú?, y aquel ser sin perder la
cautivante sonrisa de su rostro contestó:
-Yo soy el que
soy. En esta casa tu Padre y creador, ese al que tu sabiduría llama misterio y
que tu yo interno llama papa, ese que ha liberado al dragón para que lo
enfrentaras y crecieras, el reflejo en el espejo de la habitación con forma de depósito,
quien conducía el vehículo de colores para llevarte a nuevos castillos, quien
te permite crear este maravilloso mundo fantástico con apariencia de casa
mágica, la brisa de este parque y el ser que más te ama en todo el universo.
Yo miraba
aquel pequeño niño y por una extraña razón comencé a llorar profundamente. No podía
describir el sentimiento que embargaba mi corazón, por una parte sentía el más
bello de los momentos como si la felicidad entera la tuviera a mi alcance, por
otro un sentir de vergüenza ante mi incapacidad de haberle reconocido antes;
solo quería quedarme sentado en aquel lugar por el resto de la eternidad. Era como
si todo lo que existiera había perdido importancia ante tanta felicidad y amor
que se vaciaba en mí.
Guardé un instante
en silencio mientras intentaba controlarme y pregunté:
-¿Que ha pasado?
El posó sus
suaves y dulces manos sobre mis mejillas y dijo…
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