viernes, 6 de septiembre de 2013

Mi Amigo el Dragón (X Parte)



En un momento el dragón dejó de escupir fuego y haciendo una gran fuerza con el escudo lo separé de mi pecho para correr hacia la espada, pero mis piernas laceradas por el fuego apenas y contaban con fuerza para levantarme; entre tropiezos y desesperación me arrastré hasta la espada y estando a pocos centímetros de alcanzarla un enorme peso se abalanzó sobre mí. Pude sentir la descomunal pata del dragón tumbándome y apretando mi cuerpo contra la tierra, que junto a mi dolor en las piernas me impedían alcanzar la espada ya a solo pocos centímetros de mi brazo extendido que con desesperación intentaba agarrarla.  

Pero un enorme dolor se sembró en mi hombro derecho como si un gran puñal lo acabara de traspasar y levantando la mirada pude ver una de las garras de la pata del dragón atravesando  completamente mi hombro quien con un rápido movimiento empujó mi cuerpo contra la tierra. Grité desesperado del dolor que se clavaba en mi carne como acero al rojo vivo; en ese instante pude sentir debajo de mi brazo la espada de metal rojizo que después de tomarla con fuerza para no perderla me sirvió de apoyo para impulsar mi cuerpo hacia la zanja librándome de aquella terrible garra.

El dragón ante el desnivel del suelo tambaleó su enorme cuerpo, pero en un respiro estaba nuevamente dispuesto a atacar; inclinó su cabeza hacia mí de forma amenazante, pero con el impulso del deseo de vivir tomé la espada y levantándola con todas mis fuerzas pude herir su cuello con un corte rápido y certero.

De la enorme bestia salió un grito metálico que retumbó el suelo del lugar mientras que de su cuello comenzó a salir una especie de sangre negra acompañada de una turbia neblina. Aquel potente sonido fue perdiéndose entre la espesa neblina que había inundado el lugar, así que colocándome en pie como pude me acerqué al escudo; sabía que la herida no había sido mortal, pero pronto noté que el sonido metálico se había extinguido en la neblina y me encontré raramente solo en aquel basto y calcinado lugar.

Estuve atento apoyado sobre mi escudo ya que mis piernas habían perdido toda fuerza, pero el corazón comenzó a latir con mucha fuerza cuando pasos distintos a los de una bestia se escuchaban en la oscuridad. Parecían venir de todos lados, y a donde voltearan mis ojos siluetas de figuras semihumanas se desdibujaban y aparecían entre la neblina con poca claridad. 

Tomé la espada con fuerza y frente a mis ojos de la oscura neblina salió la bella figura de  una mujer alta desbordante de sensualismo, vestía de negro, con el cabello oscuro como la piedra de azabache que parecía tener un poder casi hipnótico en mí. Escuché nuevos pasos y girando lenta y sorprendidamente la cabeza pude ver a mi derecha a un hombre musculoso de cabello largo y descuidado, vestía una falda vikinga con el pecho descubierto, con una enorme espada en su mano y en la otra un hacha, sus ojos parecían desorbitados junto a unos dientes mostrados de forma amenazante que daba la impresión de un hombre a punto de atacar en batalla. Nuevos pasos escuché entre la neblina y girando mi cabeza a la izquierda estaba lo que parecía ser un rey, pues vestía una elegante ropa antigua, con una capa real roja de bordes blancos, sobre su cabeza una bella corona de oro y diamante y en su mano un cetro del mismo material. A cada instante escuchaba nuevos pasos y otras figuras aparecían en la neblina, no sabía que hacer pues solo se paraban alrededor de forma amenazante.    

Pero mientras contemplaba aquellos extraños personajes, un ruido nuevamente metálico se escuchó detrás. Volteé con la velocidad que mi lacerado cuerpo me permitía y me encontré con un dragón similar al anterior pero esta vez más pequeño, apenas algo más de un metro más que yo. Me dispuse a ponerme en guardia pero unas manos heladas me sujetaron del brazo y pude ver a la alta mujer de hace un instante clavar sus uñas con tal fuerza que solté la espada intentando librarme; mi otro brazo fue sujetado por el hombre de apariencia vikinga, ambos extendían en sentido contrario dejándome sin armas para la lucha; el rey se acercó como un fantasma y tomándome con fuerza del cuello con ayuda de su cetro me derribó al suelo.

Sin duda me sentía desesperado, pero aquel sentimiento agravó cuando vi al nuevo dragón parado frente a mí abriendo la boca y mostrando sus enormes y afilados dientes dispuesto a matar. Mirando aquella espantosa figura mis ojos voltearon lentamente a la silueta que se dibujaba apenas visible detrás de él, era el Arlequín que me miraba con una enorme sonrisa.

Por un momento parecía el tiempo haberse retrasado de su velocidad normal, estaba seguro que estaba a punto de enfrentar la muerte. Cerré los ojos al ver la boca del dragón abalanzarse sobre mí y con un leve susurro como el de la hoja del árbol que cae suavemente con la brisa en el suelo pensé en el misterio, con los labios casi sin vida y una lágrima desprendiéndose para morir en mi lacerado rostro pronuncié mi último pensamiento antes de morir. “Padre, ayúdame”. Un breve pero penetrante dolor se clavó en mi rostro y como vencido por el sueño el mundo se desvaneció.
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Extrañamente me encontraba sentado en la rueda de un pequeño parque infantil, donde niños jugaban con sus padres en el sube y baja o el columpio con absoluta normalidad. De pronto un niño similar al señor “R” se acercó hasta la rueda y se sentó a mi lado, tenía el rostro resplandeciente de luz, con unos cautivantes ojos café y su sonrisa era como sumergirse en un mar de paz. Me miró fijamente y tomando mi mano dijo:

-Aquí estoy hijito mío.

Yo no pude encontrar palabras pues no podía explicar lo que estaba pasando, el continuó.

-Aquí he estado siempre, esperándote, aguardando con el más puro amor que vinieras a mí; te he visto desde antes que tu madre te concibiera, en tus días y noches, en tus logros y fracasos, en tus proyectos y ausencias. Mi hijo amado, cuanto he esperado este momento.

Yo me atreví a pronunciar de modo casi audible: ¿Quién eres tú?, y aquel ser sin perder la cautivante sonrisa de su rostro contestó:

-Yo soy el que soy. En esta casa tu Padre y creador, ese al que tu sabiduría llama misterio y que tu yo interno llama papa, ese que ha liberado al dragón para que lo enfrentaras y crecieras, el reflejo en el espejo de la habitación con forma de depósito, quien conducía el vehículo de colores para llevarte a nuevos castillos, quien te permite crear este maravilloso mundo fantástico con apariencia de casa mágica, la brisa de este parque y el ser que más te ama en todo el universo.

Yo miraba aquel pequeño niño y por una extraña razón comencé a llorar profundamente. No podía describir el sentimiento que embargaba mi corazón, por una parte sentía el más bello de los momentos como si la felicidad entera la tuviera a mi alcance, por otro un sentir de vergüenza ante mi incapacidad de haberle reconocido antes; solo quería quedarme sentado en aquel lugar por el resto de la eternidad. Era como si todo lo que existiera había perdido importancia ante tanta felicidad y amor que se vaciaba en mí.

Guardé un instante en silencio mientras intentaba controlarme y pregunté:

-¿Que ha pasado? 

El posó sus suaves y dulces manos sobre mis mejillas y dijo…

                                                                                                                                                                               Continuará

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